Gracias, presidente

Julio César Londoño
28 de julio de 2018 - 07:10 a. m.

El odio de los uribistas por el presidente Santos se resume en una palabra, traición, pero ¿hubo realmente una traición o es solo uno de esos mitos que toman con fuerza de dogma con el tiempo? Veamos.

Según sus propias palabras, el legado de Uribe fueron los famosos “tres huevitos”: la seguridad democrática, la cohesión social y la confianza inversionista, y por lo tanto la tarea de Santos, “el que dijo Uribe”, era velar por ellos. Veamos los resultados.

La seguridad democrática de Uribe no fue muy segura ni muy democrática. Es verdad que casi tapa el horrendo foso de las Farc… pero lo hizo al precio de ahondar el horrendo foso del paramilitarismo. Sumando y restando, el trabajo de Uribe fue cero en esta materia. Los mínimos históricos del 2017 en homicidios de civiles y las camas vacías de los hospitales militares demuestran que Santos no lo hizo mal en materia de seguridad.

Uribe es el antónimo perfecto de la “cohesión social”. Nadie como él para dividir y polarizar. Está en su naturaleza. Si Santos no deja un país más cohesionado que la Colombia del 2010, es justamente por el factor Uribe.

La inversión extranjera pasó de los US$9.500 millones de 2010 a los US$14.578 de 2017, con un incremento del 53 %, una cifra notable en cualquier escenario, especialmente si consideramos la desaceleración de la economía mundial por la caída de los precios del petróleo desde diciembre de 2014.

Conclusión: Santos traicionó a Uribe, no su legado. No al país.

En las otras asignaturas, la administración Santos tiene buenas notas. La pobreza pasó del 37 % del 2010 al 27 % del 2017 (DANE). Los 700 km de doble calzada se convirtieron en 2.100 km, y quedan contratados otros 700 km. El Ministerio de Salud incluyó 2.635 medicamentos esenciales y varias decenas de enfermedades de alto costo en el POS, y libró y ganó batallas decisivas contra las multinacionales farmacéuticas. Por primera vez en la historia de Colombia, la Superintendencia de Industria y Comercio sancionó, con multas que superan el billón de pesos, a todas las empresas de telefonía celular y a los carteles del azúcar, del cemento, de los cuadernos y de los pañales desechables, delito este último que impacta principalmente a dos millones de hogares de estratos 0, 1 y 2.

El discurso del 20 de julio de Juan Manuel Santos tuvo una elocuencia que no le conocíamos. Le salió del alma. Giró en torno a la paz y le recordó al país, y en especial al gobierno entrante, que el Acuerdo Final contiene las 189 enmiendas que le introdujo la oposición a los Acuerdos de La Habana; que está refrendado por el Congreso, la Corte Constitucional y los más altos tribunales del mundo, incluidos el clamor del pueblo y la memoria de las víctimas.

P.S. Como ayer, como siempre, hay nubarrones espesos sobre el cielo colombiano. Que el líder más popular sea Álvaro Uribe complica muchísimo el cuadro. Él sigue siendo, ay, el gran motor de la guerra, el genio de la división, el torpedo de la cohesión nacional, el patriota convencido de que la patria no ha sufrido bastante, que esta tierra es muy estéril y que debemos preñarla con ríos de sangre y vísceras por otros 60 años; que es imperativo sacarle los ojos al último líder social, al último “traficante de derechos humanos”, al último ambientalista, al último reclamante de tierras, al último magistrado y al último periodista; al último hijo del último disidente.

La única esperanza estriba en que Duque y el ala moderada del Centro Democrático, unidos hombro a hombro con la oposición, los profesores, los generales, los gremios y los millones de colombianos que le apostamos a la vida y a la paz, les ganemos el pulso a las falanges del odio y de la muerte.

 

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