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‘Gran hermano’

Iván Mejía Álvarez
12 de julio de 2008 - 07:05 a. m.

En esta sociedad donde las cámaras invaden los recintos más íntimos, donde algunos filman hasta los momentos en que hacen el  amor, lo  guardan en el PC y cualquier hacker lo rescata y lo pone a circular vía You Tube o Google, escribir  la próxima consideración puede parecer ridículo.

Pero, a partir de determinado momento, las cámaras metidas en los vestuarios de los jugadores son improcedentes y violatorias del manual de comportamiento sutil que debe regir la relación entre televisión y equipos profesionales.

El domingo anterior, en la transmisión de FPC de la final, bastante bien lograda por cierto, instalaron unas cámaras en los vestuarios del Boyacá Chicó y del América para presentar lo que sucedía allá adentro, en la intimidad. Los jugadores del América, advertidos de la situación, las bloquearon, mientras que los locales fueron filmados, no se sabe si fue con pleno consentimiento o por descuido, mientras trabajaban en la previa y durante el intermedio. A la gente del América la maltrataron verbalmente por no haberse prestado al juego, algo muy injusto y que motiva este comentario.

El camerino es un recinto sagrado del técnico y sus jugadores. Allá no deben entrar los directivos —la mayoría unos bocones en busca de notoriedad— ni los lagartos de siempre, y la prensa debe desalojarlo cuando arranque la parte final de la preparación, el momento en que los jugadores se meten definitivamente en el cuento y el técnico da las ultimas instrucciones. En los vestuarios los jugadores andan generalmente desnudos, se hacen bromas pesadas que pertenecen al código particular de cada equipo.

Una cosa es la parte previa, donde el periodismo televisivo de hoy, como lo hace Fox Sports, presenta como es el vestuario en su intimidad con mucha antelación a la llegada de los protagonistas, y otra bien diferente es, por ejemplo, lo que pasa en el intermedio cuando los técnicos se pueden salir de casillas, usan duras palabras, arengan con términos impublicables a su gente.

A partir de determinado momento, que la lógica y el llamado del técnico así lo indica, el vestuario es de los protagonistas, es su sitio de trabajo, un recinto de intimidad, y meter una cámara allí en esos minutos claves resulta inoportuno y violatorio de los códigos entre protagonistas y prensa.

El domingo pasado parecía que estábamos asistiendo al ‘Gran hermano’ del fútbol.

 

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