Gran Hermano, versión 2020

Pedro Viveros
14 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Cada día vemos por las calles a adolescentes y jóvenes de toda índole persiguiendo “algo” con su teléfono inteligente en medio de avenidas, parques, vehículos o medios de transporte público. Descubrí que el “algo” es un juego o aplicación llamada Pokémon Go. Al verlos en manada o solos perseguir invisibles elementos pensé la buena ocurrencia de alguien al poner a ejercitar el futuro de un país en búsqueda de figuras virtuales. La sorpresa vino después al leer artículos de medios y libros sobre lo que la renombrada académica de Harvard, Shoshana Zuboff, ha denominado el capitalismo de la vigilancia (CV).

Según la profesora Zuboff, el CV no es otra cosa que la utilización de datos que registramos en Google, Facebook, Amazon o Microsoft para convertirlos en objeto de manipulación humana, al punto de conocer con antelación los gustos o destinos de los imberbes muchachos. En otras palabras, la recopilación de fotos, likes, pushes y demás acciones en estas plataformas son utilizados por cerebros ocultos para revertirlos en información empaquetada como necesaria en materia de deleites o penurias, unas urgentes, otras no.

Con el paso del capitalismo industrial, los smartphones dejaron de ser un elemento de lujo a uno de consumo masivo. Es decir que, incluso con celulares de bajo precio, es posible obtener más databases en la ruta de la economía de la vigilancia. Esto no sería un inconveniente si no se tratara de una práctica poco clara que lleva incluso a que alguna de estas compañías ofrezca libérrimamente el perfil de las juventudes de Australia, por ejemplo, para que los compradores conozcan cuándo sufren de estrés, fatiga o ansiedad para luego ofrecer de manera oportuna las soluciones a esos sentimientos. ¿Será esto lo que quería decir Mark Zuckerberg, director de Facebook, cuando ofreció en 2019 su perspectiva de negocios para la siguiente década: “El futuro es privado”?

La relación de información privada con la publicación o generación de valor basada en la misma es tan antigua como las noticias falsas. Los espías o correos humanos son tan arcaicos como la noticia de la presunta muerte del emperador Marco Aurelio en Germania. Ambos fueron usados con fines cuestionables. La diferencia radica en la penetración social de una época a otra. Hoy, diferente a esa Roma, estamos intercomunicados de forma inmediata y universal. El impacto del uso privado de nuestros rastros tiene una valoración mutua y económica diferente con consecuencias imprevisibles.

Las transformaciones que trajo a nuestra humanidad la llegada del primer iPhone en 2007 son inconmensurables. A tal punto que el genial caricaturista Roto, del diario El País de España, en una de sus viñetas diarias expresó el fenómeno con la frase: “El ser humano sólo es una aplicación del celular”. El efecto ha llevado a leyes como el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD), aprobado por el Parlamento europeo en 2016. Esta norma es bastante dura, incluso para quienes desde otro país reenvíen información a un ciudadano con nacionalidad europea y esta sea catalogada como falsa o injuriosa. Ninguna empresa de esta unión económica está exenta de esta rígida legislación. Lo que no contempla esta normatividad es la metamorfosis de las huellas informáticas que se convierten en negocio o en el capitalismo de la vigilancia, más aún cuando algunos emprendedores comienzan a desarrollar aplicaciones que mezclan fotografías, sonidos y una entidad estatal para prestar servicios de vigilancia, seguridad ciudadana o nacional. Mientras tanto, en Colombia no hemos podido regular la plataforma Uber.

Estoy del lado de las nuevas tecnologías. Veo en ellas un imparable desarrollo para el camino evolutivo de la era humana actual. Lo que deseo vivamente es conocer el trasfondo y sus implicaciones globales. No para detener, sino para participar de su progreso. Para que el otro vaticinio de Zuckerberg se haga realidad: “rapidez, simplicidad, seguridad y confianza”.

@pedroviverost

 

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