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Guardianes antidisturbios

Pascual Gaviria
24 de junio de 2009 - 03:44 a. m.

LA CONSTRUCCIÓN DE LOS ESPOLOnes gubernamentales contra las esporádicas mareas de oposición sigue un mismo principio aquí y en  Cafarnaúm.

Bien sea que se llamen milicias basij, grupos de choque, círculos bolivarianos o piqueteros, los clanes incondicionales tienen siempre una doble condición que garantiza su mimetismo y justifica sus temibles osadías: son ciudadanos comunes a quienes se les han encomendado responsabilidades supremas.

Las milicias Basij, encargadas durante las últimas semanas de los escarmientos a bala y puñal contra los manifestantes en Irán, crecieron bajo las obligaciones de martirio que impuso la guerra contra Irak. Los encargados de enfrentar los campos minados iraquíes llevaban la llave del paraíso colgada al cuello. El vencer o morir que acompaña a los Basij, sean niños, ancianos o mujeres enfusiladas, es el mismo que pregonan los colectivos más duros del chavismo. Uno de los carteles de recibimiento cívico en las cuestas de la capital venezolana lo dice muy claro: “Bienvenidos a La Piedrita en paz. Si vienes en guerra, te combatiremos. Patria o muerte”. Por si quedan dudas uno de los líderes “comunitarios” entrega la versión completa: “Somos un colectivo que hace trabajo social, pero también estamos armados y dispuestos a defender la revolución por la vía de las armas”. Es posible que los milicianos basij y bolivarianos utilicen las mismas motos Made in India para patrullar en Teherán y en Caracas. Al menos es seguro que comparten la ubicación de sus principales enemigos: universidades y medios de comunicación.

Los profesores cubanos de las milicias bolivarianas también tienen sus cercanías con los proletarios iraníes encargados de defender las costumbres islámicas. Cuando las amenazas externas han perdido fuerza, los guardianes revolucionarios en el Caribe o en la orilla del Mar Caspio deben encargarse del manual de comportamiento, y ser héroes señalando las antenas furtivas de televisión por cable en los techos de los vecinos. Bravos guerreros y agentes de policía moral. Los basij persiguen a los jóvenes engominados y hacen retenes por su cuenta para controlar el consumo de alcohol. Los miembros de los Comités de Defensa de la Revolución revisan las conexiones eléctricas en su cuadra y la aparición de algún signo capitalista que revele el trabajo por cuenta propia.

El gobierno de los Kirchner también tiene un gladiador político como jefe de su milicia basij. Luis Angel D’elia fue el encargado de recuperar la Plaza de Mayo cuando los cacerolazos hacían temer por la estabilidad de Cristina K. durante su pulso con los productores agrícolas. Con sus puños y su aliento fue suficiente. D’elia no es una figura religiosa ni mucho menos, pero aporta la cuota necesaria de odio que debe inspirar a un revolucionario con acciones en el botín oficial. Y adereza sus insultos con los estribillos propios de la lucha de clases. En Irán una brecha de recelos y desprecio separa a los basij de las barriadas de los universitarios más acomodados y cosmopolitas. D’elia lo resume en una frase: “Tengo un odio visceral contra ustedes, el norte de la ciudad, los blancos... Sépanlo de mi boca”.

En Bolivia y Nicaragua también funcionan las huestes gobiernistas que en todas partes comparten la paranoia y la determinación de una secta apocalíptica. El fervor político está siempre muy cerca del furor maniático.

 

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