¿Guerra comercial?

Santiago Montenegro
05 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.

Una de las medidas más preocupantes que ha tomado el gobierno de Donald Trump es la imposición de una tarifa de un 25 % sobre las importaciones de acero y otra de un 10 % sobre las de aluminio. La medida la justifican como una retaliación contra países que consideran que juegan sucio en el comercio internacional en contra los Estados Unidos, depreciando sus monedas y amenazando su seguridad interior. La lista de los países que están “invadiendo” el mercado norteamericano con sus productos la encabeza China y le siguen de cerca Alemania, Japón y otros países asiáticos, como Taiwán, Corea del Sur y Singapur.

La nota característica de estas economías es que tienen balances positivos en su cuenta corriente de la balanza de pagos, mientras los Estados Unidos mantiene un déficit elevado. En realidad, el déficit norteamericano es considerable en términos absolutos (unos US$450.000 millones), pero solo representa un 2,5 % del PIB. Entre tanto, Alemania tiene un superávit superior a los US$ 250.000 millones, que representa un 8 % del PIB. El superávit de China es también elevado, US$150.000 millones, pero como porcentaje del PIB es inferior a un 2 %. Desde la campaña a la Presidencia, estas cifras obsesionaron a Trump y a sus colaboradores, quienes encontraron en ellas pruebas “irrefutables” de países que le quieren hacer mal a los Estados Unidos.

No puede caber la menor duda de que ésta es una visión errónea, decimonónica y mercantilista de los desequilibrios externos, al plantear que los déficits comerciales son malos en sí mismos y deben ser eliminados a punta de aranceles. Porque, mas allá de mostrar el balance entre importaciones y exportaciones (más los pagos netos de factores), el déficit de la cuenta corriente expresa el exceso de la inversión sobre el ahorro de una economía, y simultáneamente, es igual a la suma de los déficits del sector público más el del sector privado. Un país bien puede tener una adecuada tasa de ahorro y una tasa de inversión aún mayor, que se traduce en un déficit externo que es sostenible y financiable por el resto del mundo.

El problema de los Estados Unidos es que tiene una tasa de ahorro cercana a cero, en tanto los superávits de China y Alemania están respaldados en altísimas tasas de ahorro. Asimismo, el déficit fiscal de los Estados Unidos es de un 4 % del PIB y, por lo tanto, además de la bajísima tasa de ahorro, el propio gobierno es el mayor responsable del desequilibrio externo. Esta cifra subirá al menos un punto con la recién aprobada reducción de impuestos y, como consecuencia, la reducción del déficit externo y el incremento del déficit fiscal se hará a costa de forzar un superávit mayor del sector privado y los mecanismos para lograrlo serán mayores tasas de interés, una depreciación de la tasa de cambio o mayor inflación, o una combinación de todas estas. Es decir, el resultado será un menor consumo y menor inversión y, muy probablemente, menor crecimiento.

Pero, quizá, lo más preocupante es que la imposición de estos aranceles desencadene una guerra comercial a nivel mundial que tire al traste la recuperación que se siente en Europa, Asia y los mismos Estados Unidos. Una guerra comercial se sabe cómo comienza, pero no cómo termina. No son buenas las ultimas noticias que emergen de la Casa Blanca.

 

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