Hablemos de drogas

Catalina Uribe Rincón
13 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

Los colombianos vivimos angustiados con las drogas. Nos perturban como problema de salud pública, nos preocupa su criminalidad, pero también, así muchos no lo acepten, nos inquieta la percepción que se tiene de nosotros. Que todavía la primera asociación con la identidad colombiana sea Pablo Escobar es algo que desvela y enfurece. Quizá sea esa la razón por la que odiamos hablar de drogas. Quizá sea sólo por cansancio e impotencia. De cualquier forma, nos comportamos como aquellas familias que tienen un problema interno y prefieren ignorar “el elefante en la sala” antes que enfrentarlo. De ahí que la Cancillería se haya ensañado contra las narcotelenovelas o incluso con la muy relevante obra de teatro Pharmakon, y que se destinen recursos importantes a las famosas campañas de “Colombia es pasión” y “Colombia es realismo mágico”.

Por supuesto, Colombia es mucho más que drogas. El lío es que también es drogas, o mejor, el reflejo distorsionado de mantener las drogas en el clóset. No se trata sólo de la insistencia en mantenerlas ilegales —que sin duda es problemático—, sino también de que las escondemos al punto que no tenemos ni idea qué son ni cómo tratar a los adictos. La revista Semana publicó hace unos días un reportaje sobre el aumento del consumo del bazuco en el país. Pese a su incremento, desde 1990 se trata a los consumidores de esta sustancia como a cualquier otro adicto: con una rara mezcla de abstinencia y religión. Sin embargo, la llamada “droga del diablo” no se comporta igual a los somníferos o a la heroína; necesita de un tratamiento alterno, entre otras cosas, porque destruye desde el principio las redes de afecto del consumidor.

Hablar de drogas no puede ser únicamente discutir sobre su estatus legal o sobre la imagen externa de Colombia. Debemos empezar a entender la experiencia de las drogas con sus distintos matices. ¿Cómo se relacionan con la existencia y la juventud? ¿Qué demonios despiertan y cuáles apaciguan? ¿Cómo interactúan con las diferentes mentes que las viven? ¿Cómo se diferencian entre sí y cuáles deben los tratamientos según el paciente y la droga? En últimas, debemos empezar a pensar las drogas desde todas sus dimensiones.

 

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