Hablemos de varitas

Francisco Gutiérrez Sanín
13 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

Dijo el presidente en la llamada Cumbre del Diálogo Social citada por la Procuraduría: “Las reformas de nuestro país no se dan de un día para otro ni con varitas mágicas, son procesos graduales, vigorosamente evolutivos”. A renglón seguido hizo un llamado a no exigir, “porque si no afectamos la democracia”.

La idea subyacente, me imagino, es que necesitamos más paciencia democrática. Soy un entusiasta de la paciencia. Pero esta invocación no me gustó. ¿Será búsqueda de consensos o una coartada para negarse a escuchar y tramitar las legítimas demandas sociales —una sordera políticamente construida que afecta, ella sí, “a la democracia”—? Por desgracia, parece más lo segundo. Pues la declaración de Duque tiene dos partes: una es trivial, la otra es falsa. La aserción de que los problemas de Colombia no se solucionan de un día para otro es trivialmente cierta. El corolario que sugiere que debido a eso no podemos hacer nada y tendremos que limitarnos a “conversar” es tramposísimo o, para usar lenguaje presidencial, “vigorosamente descabellado”.

Para sacar a Duque de su confusión —escribo estas líneas el martes, pero no tengo muchas esperanzas de que el primer magistrado de la nación enderece su retórica— voy a dar ejemplos de cosas que se pueden hacer ya, con un simple movimiento de esa “varita mágica” que son los poderes presidenciales. Puede pedir que hundan la llamada ley Andrés Felipe Arias, que es una tremenda señal pública a favor de la corrupción. Puede decir con claridad que no defenderá la impunidad de los poderosos y actuar en correspondencia. Puede retirar de la terna para fiscal a personas encartadas en operaciones para bloquear el acceso de la ciudadanía a la información, que es otra manera de promover la corrupción. Puede abrir la puerta a la discusión sobre la brutalidad policial, que ha adquirido caracteres alarmantes y ha generado costos irreparables. Puede detener la reforma tributaria: decir que se va a reconsiderar. Eso podría parecer más serio que simplemente cambiarle el nombre. Y aquí sí que es posible invocar la paciencia: los muy adinerados están en capacidad de esperar un par de añitos mientras se ve si es viable y racional darles sus exenciones (el Sisbén para ricos que prometiera crear minhacienda).

Duque podría declarar que el Gobierno no impulsará más cambios al proceso de paz. Que se atendrá a lo firmado y cumplirá los compromisos. Podría convocar a una comisión de verificación para evaluar hasta qué punto se ha implementado la paz o no. Podría declarar su respaldo claro y enérgico al programa de restitución de tierras. Podría aceptar reconsiderar el Plan de Desarrollo para darle un lugar allí a la paz. Podría decir que acogerá las recomendaciones de expertos —incluida la Misión de Sabios convocada por él mismo— en punto a educación y no exenciones tributarias alegres.

Podría declarar que, como presidente de la República, es el defensor de la vida de todos nosotros, que Dilan no era un vándalo, que no premiará la violencia contra los ciudadanos.

Son sólo ejemplos, cosas elementales que se hacen con la varita mágica: o, si creemos menos en los cuentos de hadas, con la combinación de decisión de gobernar, buena fe y una mínima capacidad institucional para atender las demandas ciudadanas. Entiendo perfectamente que hay en la agenda de debate temas complejos, cuya decisión depende de múltiples parámetros y actores. No todos de inmediato trámite. Cierto. Lo problemático no es eso: lo problemático es que en todos los asuntos sencillos y urgentes, los de varita, el Gobierno no pasa el examen.

Y por eso nombra como contactos a dos personas (Molano y Garzón) sin darles nada para ofrecer. Estos enlaces pueden ser buenos o malos, pero con las manos vacías es seguro que harán un papelón. Pobre y desfigurada la concepción de democracia de Duque, que excluye de la agenda las demandas ciudadanas.

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