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Costas extrañas

Hablemos del Premio Nobel de Literatura

J. D. Torres Duarte
18 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.

El Premio Nobel de Literatura tiene el hábito paradójico de alegrar y decepcionar al mismo tiempo. El caso de Louise Glück, que lo recibirá en unas semanas, no es una excepción.

Su elección alegra porque da otro paso para reducir la disparidad irracional entre hombres y mujeres (entre 117 premiados, 16 son mujeres: y no, no es porque los hombres escriban más) y además honra una obra que, según medios especializados, tiene dones peculiares. Sin embargo, su elección decepciona por predecible: otro Nobel para Estados Unidos, otro Nobel que ignora que desde hace eras la cultura literaria está también más allá de los países con más de dos mil años de experiencia en construir palacios y Levi’s.

A pesar de sus buenas intenciones y de anunciar que abraza la diversidad, el Premio Nobel sigue siendo el Premio Nobel: un premio que aspira a recorrer el mundo en busca de gemas literarias, pero que apenas escruta con timidez, y sólo de vez en cuando, la periferia de su casa. Eso ocurre, sobre todo, porque el Nobel de Literatura conserva y promociona la idea anticuada de que la literatura, esa diosa caprichosa, tiene preferencias geográficas y suele estacionarse con más agrado en Europa y en Estados Unidos.

En los últimos cinco años, por ejemplo, el premio ha recaído en dos autores de Estados Unidos, uno de Reino Unido, una de Polonia y uno de Austria: el criterio se cumple con rigor (asumiendo, por supuesto, que Reino Unido mantenga la costumbre indecorosa de ser parte de Europa). De otro lado, la mayoría de sus ganadores (43 de 117) escriben o escribían en inglés y en francés, y los dos países con más ganadores son Francia (17) y Estados Unidos (13). En esa lista siguen Reino Unido (11), Alemania (10) y, quién lo duda, Suecia (8). Los cuatro países que vienen después son europeos y sólo a mitad de la lista emerge el primer intruso: Chile, con Neruda y Mistral.

De ese criterio no se salva tampoco una parte de Europa. Mientras que España, Italia, Alemania, Reino Unido y Francia están bien premiados, Hungría, Bulgaria, la antigua Checoslovaquia, la antigua Yugoslavia e Islandia suman, entre todos y con ánimo, cinco premios: no alcanzan a los seis que tiene sola España. Nuestra diosa Literatura no sólo se estaciona con más gusto en Europa, sino sobre todo en Europa occidental.

Es un criterio que se ha vuelto natural. Nadie se sorprende por los dos estadounidenses que recibieron el premio en los últimos cinco años, ni por los dos franceses que lo recibieron entre 2008 y 2014, ni por los tres ingleses que lo recibieron entre 2005 y 2017, pero sería una sorpresa estruendosa si dos escritores somalíes o brasileños fueran premiados en lapsos similares. Es popular la reacción de los franceses cuando uno de sus escritores gana el premio: “Ah”, dicen, “otro más. C’est qui?”.

Aunque la Academia Sueca ha buscado reducir su eurocentrismo, sólo ha dado unos chispazos, como la garganta atorada de un carro que no enciende. Le han entregado el Nobel a 16 escritores de países asiáticos, latinoamericanos, africanos y oceánicos (entre ellos Kawabata, Walcott, Soyinka y White): menos que los 17 que Francia sola carga terciados al hombro. Es como si la buena literatura no se tratara de un don común y esparcido en el resto del mundo, como en los casos de Francia y Estados Unidos y Reino Unido, sino de un milagro aislado, una intermitencia feliz en culturas que de otro modo no tendrían nada más por mostrar. Y no: cambio 20 Modianos por un Tanizaki.

No se trata de que el Nobel de Literatura se comprometa a tener cuotas, claro (“Mira, Strindberg, este año sí o sí debemos entregarle el premio a Mozambique”). Se trata de que un premio que se jacta de abarcar la faz de la Tierra cumpla en efecto con abarcar la faz de la Tierra.

El desbalance no es sólo culpa de los pobres miembros permanentes del comité, que seguro, porque apenas son seres humanos con un trabajo de ocho horas diarias, no conocen todas las lenguas del globo para apreciar la literatura mundial. En el desequilibrio también intervienen la escasez de traducciones, la falta de crítica literaria y la dificultad de armar empresas editoriales y culturales en cualquier país y de promocionar autores que, sin una maquinaria ideal, se preservan en el formol del emblema local.

Sin embargo, la Academia sí es responsable por no haber creado, después de tantos reclamos justos, un sistema más efectivo para valorar aquello que está perdiendo de vista: parece que no supiera que (por las razones que sea, refundidas en el pasado) su criterio es capaz de poner a un autor en la cima del reconocimiento y en ocasiones de la historia literaria, y que su lista de premiados es también una geografía de los movimientos de la cultura e insinúa, quiérase o no, un canon.

O quizá sea hora de aceptar que el Nobel de Literatura no es un premio internacional, sino un premio europeo y estadounidense con incursiones ocasionales en el resto de culturas, y quizá también sea hora de darles un mejor lugar a los premios nacionales y regionales que consagran a las voces que el Nobel olvida: el Camões, el Cervantes, el Akutagawa, el Internacional de Ficción Árabe, el Miles Franklin. O también a otros premios internacionales algo más diversos, como el Neustadt.

El Nobel de Literatura no deja de ser un premio entre muchos, y uno que pierde cada vez que deja de lado a un autor esencial en favor de otro que tiene la ventaja, que no es un mérito, de haber nacido donde se cree que comienza y termina el mundo.

CODA

Otro escritor colombiano fue nominado al Nobel de Literatura: Germán Pardo García. Ocurrió en 1969: se sumó a la lista sugerido por el profesor James Willis Robb de la Universidad George Washington (es el número 69 de este documento). Y no: el escritor Fernando González, a pesar de los rumores, no fue nominado al Nobel.

 

CRISTIAN(55725)18 de noviembre de 2020 - 06:52 p. m.
Comparto con Torres Duarte su crítica a la visión de corto alcance (euro-americana) del comité del Nobel; sin embargo creo que la culpa la tenemos también los lectores que no apreciamos y leemos a nuestros connacionales. Si volvemos relevantes a nuestros escritores (Evidenciando numero de ventas altos), podemos aspirar a que deseen traducir más lo escrito en nuestra lengua.
Robert(71914)18 de noviembre de 2020 - 06:51 p. m.
Que interesante columna, también chevere la coda.
David(70623)18 de noviembre de 2020 - 04:17 p. m.
Uff, excelente columna, de esas de antología para guardar, compartir y discutir con lectores, aficionados, estudiantes, profesores y toda persona interesada en literatura. Me parece, en efecto, que el premio Nobel ha perdido importancia con los años (al menos yo ya no "le para tantas bolas"), aunque también me ha servido para conocer escritores que no conocía.
Atenas(06773)18 de noviembre de 2020 - 01:57 p. m.
Esta amena e ilustrativa columna, como de suyo lo es c/ vez -y muy al contrario de otras tantas q' en este mismo medio abundan con similar pretensión, mas son dignas de cesto de la basura-, pone oportuna/ el dedo en la llaga sobre las dudas en la concesión de los premios nobel, tal cual lo acaba de señalar el NYTimes en el de paz, y concreta/ sobre la falsía en el del tartufo Santos. Contundente.
  • Libardo(10892)18 de noviembre de 2020 - 07:12 p. m.
    Atenas, después hablamos de las fijaciones. Más cansón que una piña debajo del brazo. La columna se defiende sola, al contrario del centro de su atención absoluta.
Francisco(82596)18 de noviembre de 2020 - 01:07 p. m.
Hola, amigos. Interesante excursus por las justicias e injusticias del Nobel. Somos humanos. Cada país, cada lengua, cada género tendría derecho a presentar una lista con merecedores sin premio. Y metidas de pata como dárselo a Dylan. Colombia podría presentar a William Ospina como candidato, aunque sea muy joven. El Nobel se quedó sin Darío, sin Machado, sin Galdós, sin Delibes, sin Borges.
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