Hace 500 años

Santiago Montenegro
23 de octubre de 2017 - 02:00 a. m.

Este 31 de octubre se conmemora medio milenio de la colocación de las 95 tesis de Lutero en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, la primera de una serie de actuaciones que desencadenaron la Reforma Protestante, hecho que, unido a otras transformaciones económicas, sociales y políticas, ayudó a propiciar la secularización, una nueva concepción individualista de la sociedad y de la historia y la emergencia del capitalismo.

Lutero fue un hombre extraordinario, con una vida y personalidad extremadamente complejas y controversiales, según argumenta la profesora Lyndal Roper, en su magnífica biografía (Martín Lutero, renegado y profeta, Taurus, 2017). Analizando su extensísima correspondencia, la profesora de Oxford estudió su sicología para explicar sus actuaciones, controversias y sus innumerables contradicciones. Hasta aquel 31 de octubre, no había sido un teólogo destacado, ni había publicado prácticamente nada, pero vivía indignado por la mercantilización de la iglesia, plasmada, por ejemplo, en los sermones del dominico Johannes Tetzel, quien afirmaba que las compras de indulgencias eran tan eficaces que, gracias a ellas, se salvaría del purgatorio hasta quien hubiese violado a la Virgen María.

La teología de Lutero fue surgiendo de sus debates y peleas con contradictores y hasta con amigos. Tuvo una valentía y un arrojo suicidas para plantear sus tesis, pero también un genio para autopromocionarse, para llamar la atención y para utilizar en extenso la imprenta, que llevaba algo más de medio siglo desde su invención por Gutenberg. Lutero no fue un igualitario. Combatió la autoridad del papa, pero exaltó la de sus protectores, los príncipes alemanes. Y, cuando se sublevaron los campesinos, en 1524, combatió a muerte a esa “chusma,” y con un lenguaje aún más procaz se burló y atacó a los judíos.

Un buen complemento al libro de Roper es el capítulo tres de El miedo a la libertad, de Erich Fromm, que explica el contexto histórico general de su tiempo y, en particular, los efectos sicológicos que tuvo el tránsito de la sociedad medieval al emergente capitalismo del Renacimiento sobre las diferentes clases sociales. La emergente economía de mercado fue liberando a los hombres de las regimentaciones del sistema corporativo, de las ataduras y las supersticiones de la sociedad medieval, pero, al perder su lugar fijo en un mundo cerrado y estático, el ser humano dejó de poseer respuestas sobre el significado y la finalidad de su existencia, se sintió solo y se llenó de dudas. La respuesta de Lutero no dejó de ser paradójica, porque no sólo le quitó el consuelo de la Iglesia, sino que, como San Agustín, afirmó la maldad y la pecaminosidad natural de los hombres, de las cuales ni las buenas obras podrían salvarlo, si no obtenía la gracia de Dios. Así, Lutero reemplazó la autoridad de la Iglesia por la de un Dios que exigía una completa sumisión individual para alcanzar la salvación. De una forma y otra, esa individualización fue preparando al ser humano a un mundo cada vez más impersonal, a una vida que se transformaba en un medio para fines exteriores, lo indujo a asumir responsabilidades individuales, a ahorrar, a invertir.

De esos hechos tan lejanos, paradójicos y controversiales, en los que Martin Lutero jugó un papel determinante, comenzó a emerger la concepción del mundo, y la sociedad, la economía, la justicia y la política, que, para bien o para mal, tenemos hoy.

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