Hambre cero

Gonzalo Hernández
23 de julio de 2019 - 05:00 a. m.

Escena 1: en un panel de directivos gremiales del sector agropecuario, que ocurrió la semana pasada, se afirmó que el bajo consumo de alimentos preocupa a los agricultores.

Escena 2: dos días antes del panel, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) reportó que 2,4 millones de colombianos pasan hambre.

Algo claramente no cuadra en la historia. Y, para no dejar dudas, recordemos una nota preparada por El Espectador en el 2018 en la que se menciona que, de acuerdo con cifras del Departamento Nacional de Planeación, cerca de diez millones de toneladas de comida son desperdiciadas en Colombia.

La simultaneidad de hambre, desperdicio de comida y quejas de baja demanda por parte de los agricultores solo puede ser una señal de ineficiencia económica. Y, con señales así, es difícil que los fundamentalistas, defensores de los mercados sin intervenciones, puedan encontrar buenas razones para su discurso.

No estamos en un país con controles de precios o cuotas productivas en el sector agrícola –definidas por el Estado–, en caso de que alguien piense responsabilizar a la intervención estatal de dificultar el funcionamiento de los mercados.

En cambio, parece que sí estamos frente a una situación que deja amplio margen para que ciertas intervenciones, en algunos casos de carácter público, faciliten el mejor funcionamiento de los mercados de alimentos: sistemas de información de oferta y demanda a nivel nacional, mejor infraestructura para que los agricultores lleven sus productos a los mercados, mejor infraestructura de almacenamiento de productos perecederos y garantías mínimas de alimentación para todos los colombianos, con una política de hambre cero en el país y con subsidios directos a los más pobres. 

Estos subsidios a la demanda para lograr la meta de hambre cero deben responder a una visión pragmática, no ideológica ni populista. En su más reciente columna, el empresario Gonzalo Restrepo se refiere a la importancia de priorizar objetivos de política pública que traen altos retornos sociales y altos retornos económicos de mediano plazo a la vez: “escoger unas pocas e importantes cosas y martillar hasta lograrlas”. Y acerca del éxito del programa de nutrición chileno dice: “una de esas pocas cosas, tal vez la más importante, fue la buena nutrición de sus niños en los primeros años; con gobierno de derecha o de izquierda, democrático o militar nunca la interrumpieron.  ¡No dejaron de sostenerla! Durante 20 años nutrieron a sus niños en los primeros 1.000 días, convirtieron esta meta en política pública y le dieron carácter obligatorio”.

Solo con pragmatismo pueden articularse los roles del Estado, la empresa y la comunidad para superar las trampas de ineficiencia de nuestro país. Un buen principio orientador de política es declarar inaceptable que haya hambre mientras la sobreoferta de alimentos muestra que el país está en capacidad de atender las demandas alimentarias de los colombianos. 

Coletilla. Otro asunto prioritario es la educación preescolar y primaria. Esta educación tiene altos retornos sociales y económicos para el país. Los recursos presupuestales para atender estos temas deberían quedar reservados antes de cualquier repartición política y presupuestal en el Congreso.

* Profesor asociado de Economía y director de Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana (http://www.javeriana.edu.co/blogs/gonzalohernandez/)

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