Hay de todo

Aura Lucía Mera
04 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

Llevo 15 años asistiendo al Hay en Cartagena. Lo vi nacer, crecer y expandirse. No me lo pierdo por nada. Es un espacio sagrado para desconectarse unos días de la tenebrosa realidad del mundo y meterse una zambullida total en el mundo interior de los libros y sus autores. Ideas, reflexiones, debates, anécdotas, picaresca y compartires que amplían horizontes y devuelven la esperanza.

Comprobar una vez más cómo un libro sí puede cambiar una vida; cómo, al abrirnos a otras formas de pensar, modificamos “chips” mentales, viajamos a otros mundos y nos sentimos unidos por el intangible misterio de las palabras en este también misterioso viaje que es la vida, la individual y colectiva.

Ese poder inmenso de la palabra escrita. Pienso en los que no leen y me pregunto cómo hacen para vivir, para dejar volar la imaginación, para conocer de placeres y dolores, de desafíos y retos, de emociones, de conflictos internos y de paradigmas universales, arquetipos o distopías, si jamás se han permitido salir de la cárcel invisible y claustrofóbica donde tienen encerrada la mente, aún sin saberlo. No saben lo que se pierden, porque jamás se han permitido regalarse ese tesoro. A lo mejor por falta de oportunidades o temores irracionales de abrirle la puerta al “dolor del pensamiento”.

“El que lee el primer libro jamás volverá a ser el mismo”. Algo cambia. Algo se nos mete para siempre y nos penetra las profundidades del alma. Por eso las dictaduras de cualquier extremo les temen a los libros. Regímenes fascistas o comunistas queman libros. Arden hogueras. Encarcelan escritores. Asesinan el pensamiento. El catolicismo prohibió centenares de libros bajo pena de excomunión. El marxismo condenó, prohibió y asesinó escritores. Lo mismo el franquismo. Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla desaparecieron no solamente libros, sino que sus autores se tuvieron que exilar para no morir. Algunos lo lograron, otros no.

Sí, los libros son peligrosos porque cambian las mentes. Y un ser que piensa es un ser libre. La libertad de expresión y de pensamiento es un veneno maldito para muchos gobernantes. Meterse con los libros es un riesgo, porque, repito, después de leer el primero, nadie vuelve a ser el mismo. Existe un antes y un después.

Este aniversario 15 del Hay Festival de Cartagena nos regaló, como siempre, compartires y oportunidades infinitas. Me llevo en el alma las palabras de Javier Cercas, Margaret Atwood, Phillipe Claudel, Dolores Reyes, Paolo Giordiano, Ángela Becerra, entre otros. Como las olas que van y vienen con su espuma en este mar Caribe de azules y atardeceres dorados.

Agradezco una vez más, como desde hace 15 años, a todos los que hacen posible este evento, que transcurre como un reloj sincronizado, perfecto, impecable. Escritores y conferencistas de altísimo nivel, debates económicos, ambientales, políticos, galas de poesía, música y cine. Un banquete espiritual.

Posdata. Felicitaciones, presidente Juan Manuel Santos. El Teatro de Heredia a reventar y en standing ovation es apenas un reconocimiento justo de su legado a Colombia, que hizo posible que empezáramos a construir un país diferente, basado en la verdad, el perdón y la paz, que nada ni nadie podrá destruir.

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