Hipocresía o inconciencia ambientalista

Juan Manuel Ospina
19 de julio de 2018 - 04:45 a. m.

Yo me pregunto por qué diablos les ha dado por empaquetar los periódicos, concretamente El Tiempo y El Espectador, en bolsas de plástico. Periódicos plenos de informaciones, editoriales, opiniones, todas de un verde ambientalista encendido pero envueltos en una bolsa plástica que demorará siglos en degradarse. Me he preguntado si ese comportamiento es fruto de la inconciencia, porque acá ignorancia no se puede alegar, o si es simplemente hipocresía al no creer en lo que se predica en las páginas interiores, tal vez porque hoy ser ambientalista es estar en la onda (“in”) y en muchos casos permite encontrar los clientes para la elección o para el negocio.

Pero sigamos evaluando comportamientos. En el supermercado, no puedo dejar de acordarme cuando las compras se cargaban en “el canasto del mercado”, los productos los empacaban en bolsas de papel café (las “chuspas”) y la carne la envolvían en el periódico de la víspera; difícil prácticas más ecológicas cuando el concepto ni se conocía. La decisión del Gobierno de obligar que el mercado no se empaque en bolsas de plástico o que se pague por ello ha revolucionado una costumbre a una velocidad y con un resultado solo comparable con lo sucedido con la obligatoriedad del uso del cinturón de seguridad. Ambas experiencias enseñan que la gente cambia su comportamiento cuando hay claridad, decisión y continuidad en la aplicación de la medida; el ejemplo contrario es el de la separación de las basuras que, al menos en Bogotá, fue un completo desastre, improvisado y discontinuo; aunque la gente empezó a separar las basuras, en el camión recolector las juntaban; no falló la gente, falló el Gobierno.

Pero volvamos a nuestro mercado, allí se dio un paso bien dado con el empaque de las compras; el problema es que se empaca comida, pero también y en cantidades escandalosas e innecesarias (“para mejorar la presentación del producto”) bolsas y envases de plástico, bandejas de icopor, papel de aluminio y vinipel, que con la falta de una verdadera política de reciclaje terminan como basura contaminante, además pagada por los ciudadanos al hacer sus compras. Nuevamente, un negocio montado en el discurso del mercadeo verde, de la no contaminación, de la comida sana, etc., etc., que da un primer paso efectivo y de cero costo, que le permite al almacén y al Gobierno mostrarse “amigables con el medio ambiente”, pero solo en la superficie, en la envoltura.

En el país crece la conciencia ambiental, aderezada con mucha moda, pero falta una política comprensiva y fundamentada en cambios en el comportamiento ciudadano; una política continuada de educación y sanción, que permita ese cambio del comprador; implica que los empresarios entiendan que el discurso verde no es solo para darle un toque “in” a su estrategia publicitaria y que la modificación de las prácticas y horizontes productivos que de ahí se pueden y deben desprenderse son posibles, necesarias y promisorias pero que necesitan una acción continuada con estrategia, tecnología y recurso. Además el reciclaje debe incorporarse como columna estructuradora de las nuevas formas de producir y asumir que el impacto ambiental es un costo de la producción que debe hacerse visible para contabilizarlo, pagarlo y buscar su reducción, en la lógica de una administración que tiene vocación de sostenibilidad. 

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