Honrar la palabra y hacerla amanecer en obras

Marcelo Caruso A.
30 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Si bien veníamos anunciando la declinación y fin del clásico neoliberalismo del libre mercado, nadie podía prever que este estallido global de sus burbujas especulativas, con enormes caídas de la producción y el consumo, tendría como determinante una pandemia. En ninguna de las anteriores crisis sistémicas que hoy se recuerdan había existido una relación tan directa de los impactos económicos-financieros con una pandemia y, particularmente, con la salud y vida de los sectores más excluidos y marginados de la sociedad.

El debate en el Congreso de EE. UU. sobre las medidas a tomar para afrontar la crisis es relevante. Mientras los republicanos apostaron a “dar tranquilidad a los mercados” con un fuerte plan de compra de activos y líneas de créditos blandos para sostén del sector financiero y las grandes empresas, los demócratas progresistas declararon “los trabajadores primero”. Ambos coincidieron en un obligado regreso al keynesianismo proteccionista, pero la disputa era hacia dónde y cómo se destinarían esos billones de dólares, cuán autoritario sería, y qué sector del Estado (Ejecutivo o Congreso) tendría la hegemonía y el control para direccionar esas políticas de salida de la crisis. Algo muy similar al debate abierto en Colombia entre Gobierno y oposición frente al Decreto presidencial 444 del 21 de marzo que, para abordar la crisis, pretende centralizar recursos que corresponden a los entes territoriales y fondos nacionales específicos (riesgos, pensiones, regalías), para dejarlos a la libre disposición del ministro de Hacienda y, según sus críticos, encargado de “dárselos a los bancos”.

Cuando comenzó la tragedia sanitaria escribimos que, aprovechando el dolor por los miles de fallecidos, podrían llegar los intentos de aplicar la doctrina del shock (Naomi Klein) para justificar las principales reformas neoliberales pendientes (fiscal y pensiones); hoy el escenario global de la crisis económica y financiera estallada nos anuncia que las consecuencias pueden ser mucho más graves. Si bien el descontento social global anunciaba que el neoliberalismo comenzaba su declive y caída, no existía un escenario claro de cómo el sistema intentaría reconvertirse para salir fortalecido. Tampoco sabíamos que esas decisiones serían filtradas por la gran toma de conciencia global que esta pandemia está generando frente a las torpezas de los gobernantes y, sobre todo, el fracaso social de sus teorías de volver mercancía la salud y la educación, y de imponer sus regresiones políticas por medio de la presión de los miedos y encierros en crisis individuales. Así como los encierros y miedos hoy son colectivos, así creemos serán las respuestas de las innumerables personas que a partir de los cacerolazos del 2019 encontraron espacios para reflexionar sobre las carencias, las desigualdades propias y de quienes los rodean, y revisar autocríticamente su poca participación activa frente a las decisiones políticas globales y nacionales, con el ya manido “es que a mí no me afectan”.

Los confinamientos sanitarios y la destinación transparente de recursos deberán servirnos para superar la pandemia y prepararnos para la continuidad de la crisis sistémica. Como sociedad nos estamos demostrando que somos capaces de realizar sacrificios no sólo por nosotros, sino para recuperar la memoria solidaria con el resto de la sociedad y la salud ecosistémica del planeta. Estamos comprendiendo que sin solidaridad no hay futuro, que la responsabilidad social del Estado, de las empresas y de la propia ciudadanía organizada no puede ser mediada por el afán de lucro o la excepción de impuestos, sino por el bien común. Viviendo encerrados frente a un destino común incierto, nuestra cabeza vuela libremente sin prejuicios ni ataduras conformistas. ¿Será que somos capaces de mantener este espíritu que da el poder que nace de “la voluntad de vida” (Enrique Dussel) y, como dicen los abuelos indígenas amazónicos, “honrar la palabra y hacerla amanecer en obras”?

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