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Hora de la verdad sobre vacunas

Luis Carvajal Basto
25 de enero de 2021 - 02:56 a. m.

En las siguientes dos semanas conoceremos los resultados concretos de anunciados acuerdos bilaterales, confidencialidad y nivel de cooperación de la OMS (Covax). Una medida de aceite al gobierno cuya gestión de la pandemia será evaluada por la eficiencia y eficacia en el suministro y aplicación de las vacunas, con unos indicadores muy precisos: número de ciudadanos vacunados y tiempos de ejecución del plan, un equivalente al número de vidas que se salvarán o perderán.

El Gobierno se ha movilizado. La reunión de presidente y ministro con la dirección de la firma productora y la Corte Constitucional lo certifica. Ha tratado de anticiparse para cerrar el paso al ruido en el Congreso –está convocado para mañana martes– y la inminente tutelitis. Pero, tratándose de gestión, se prueba con resultados; no hay lugar a disculpas ni eventuales errores aun en un escenario complejo, con diversidad de intereses, nacionales y mundiales, influenciado ahora por la inminencia de las elecciones presidenciales.

La responsabilidad, sin embargo, no se reduce al gobierno. El comportamiento ciudadano, un criterio general y abstracto, ha sido medido en las UCI en esta segunda ola como una consecuencia directa de las festividades navideñas. ¿Solidaridad? Habría que preguntar a los responsables de los tumultos que deben y pueden castigarse con mayor severidad. Si la actividad laboral, empresarial y comercial es indispensable, no ocurre lo mismo con ciudadanos irresponsables por cuyas conductas todos pagamos altísimos costos. Libertad no es sinónimo de caos. Desde otra perspectiva, no podemos permitir que la vacuna, la herramienta más importante en la guerra que libramos contra un enemigo invisible, inteligente y ladino que se camufla y cambia para sobrevivir, se convierta en objeto de politiquería en este año preelectoral.

¿Resultaba imperativo un plan? La reacción que ha suscitado el plan nacional de vacunación prácticamente ha desplazado la expectativa, la escasa información concreta y, debe decirse, la falta de vacunas a casi dos meses de iniciada su aplicación en otras latitudes. Sana envidia nos producen los países que han empezado la inmunización. En beneficio de la verdad conocida y la eficiencia en la gestión, debemos decir que poco podremos hacer con vacunas pero sin un plan. Tratándose de una guerra contra el virus, como la calificó el presidente Biden, se vale recordar a Sun Tzu: “Un ejército victorioso gana primero y entabla la batalla después...”. De la anterior frase se concluye que no se debe afrontar la batalla sin una estrategia ni esperar a ella para elaborarla. Hasta aquí vamos bien.

En el país de Santander solicitantes de tutela “avispados” reclaman su derecho a la vacuna pretendiendo colocarlo sobre el interés general por lo que el plan de vacunación ha necesitado su propia vacuna, tema de conversación proactiva entre el Gobierno y la Corte Constitucional que esperamos fructifique. A la utilización de la gestión de las vacunas como bandera electoral por parte de la mala política, debemos adicionar la que de ella pretenden hacer otros avispados. La gestión del Gobierno y su control, administrativo y político, tiene entes y tiempos reglados que deben ser respetados. Ningún momento peor que este para intentar cogobernar.

Somos demócratas pero no estúpidos, como para desconocer la evidencia científica que recomienda, por ejemplo, el uso de tapabocas. Parece increíble pero la sociedad estadounidense necesitó del presidente Biden para que su uso sea obligatorio y lo mismo sigue aconteciendo en varios países europeos. Puede ocurrir en cuanto se invocan particulares derechos a la vida y la libertad, como reclamaban y lo siguen haciendo manifestantes sin tapabocas en detrimento de la salud pública. Una cosa es el derecho privado y otra privarnos de derechos a todos, el interés general. En uno y otro caso los derechos tienen un fin y sentido colectivo garantizado, finalmente, por el Estado.

Un breve análisis comparado revela que regímenes monolíticos, como el chino, han lidiado mejor con la pandemia que las democracias occidentales. La diferencia, medida en número de enfermos y fallecidos, no resiste comparación. Sabemos, sin embargo, que en democracia, consecuencia de una interacción civilizada entre diversidad de opiniones e intereses conforme a reglas, los resultados socialmente deseables pueden dilatarse en el tiempo, sin que ello signifique que democracia y libertades son sinónimos de improvisación o actitud reactiva por parte de organizaciones y gobiernos. En el proceso de vacunación, mejor unidos que vencidos y, debe decirse, privilegiando el factor tiempo. Veremos.

@herejesyluis

 

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