Rabo de ají

Humor amargo

Pascual Gaviria
26 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Los pleitos de las últimas semanas me han hecho recordar al personaje de un amigo pinta-monos, un infante que frunce el ceño aunque no esté en edad de hacerlo. El caricaturista lo bautizó con un puchero por medio de su lápiz y con una especie de epígrafe en el título de su historieta: “El niño que no sabía reír”. Galopa furioso en su caballo de palo, presta el helicóptero que le regalaron a su amigo maldadoso, no logra entregar el regalo en las piñatas… El niño sufre de las incontinencias de su ira, quiere someter a todo el salón a sus rabietas y ve un insulto detrás de cada cuchicheo y cada sonrisa cubierta.

Alguna vez dijo Daniel Samper Pizano que Klim “hacía todo lo que escandaliza a los partidarios de que nadie ofenda a nadie”. Es curioso que entre nosotros esté creciendo esa audiencia que lee el humor, o lo intentos de humor, así sean vanos, con el ojo atormentado de quien intuye venganzas y necesita ofensas para desatar su bilis. Parece que el niño gruñón del que les hablo hubiera contagiado con su rubeola a buena parte de sus amigos y seguidores temerosos. Se entiende que el poder mire con recelo el humor y sea vulnerable al ridículo que siempre roza con sus gestos y sus figuras pulidas con la lima de la ambición. Pero parece increíble que la sociedad entera se infecte con ese humor amargo.

Tal vez para dejar mejor sabor en la boca sea necesario recordar a un grande del humor a comienzos del siglo XX en Colombia, uno que decía mirar el espectáculo de la vida por lentes cóncavos o convexos, que “desfiguran un poco el mundo, y al desfigurarlo lo colman de atractivos”. Lo decía Ricardo Rendón en un reportaje en la revista Cromos de 1930 y remataba con una pulla deliciosa: “Los buenos epígrafes tienen el aguijón forrado en miel”. A pesar de la miel, sus críticas a los gringos, a los curas y a los godos le valieron amenazas de excomunión, demandas por calumnia y visitas a inspecciones de policía. Una de sus caricaturas, “Prometeo encadenado”, muestra a unos chulos de bonete picoteando a una Colombia agónica y sangrante.

—¿Está usted calumniando a la Iglesia con esa caricatura, señor Rendón?— le preguntó el inspector.

—No —respondió él—. Son unos chulos comiendo de un muerto. Una escena muy común en el campo colombiano.

—¿Y por qué le puso bonete a los chulos?

—¡Es que se ven tan bonitos!

Es lo que les pasa a los poderosos cuando se enfrentan al humor con las amenazas de los jueces y las cárceles. Muestran su temor y se ven un poco más grotescos que en el ejercicio normal de sus afanes. A un senador antioqueño de la época al que Rendón molestó con su látigo un colega, prendado del espíritu burlón, le dijo para tranquilizarlo: “No te calientes, Chato, que de la caricatura a la estatua no hay sino un paso”. Una frase que también podría tranquilizar a senadores antioqueños de nuestros tiempos.

También Klim y Osuna vivieron sus escenas de la rabia contra la risa. Klim fue retado a duelo por Jorge Mario Eastman por el remoquete de Stayfree que le chantó. Le puso ese nombre de toalla higiénica por estar muy cerca de lo mejor pero no ser lo mejor, según se dijo en la época. Y su vicio de cargar contra López Michelsen y los negocios de tierras muy rentables de su hijo (que francamente recuerdan nuestros tiempos) hicieron que el presidente amenazara con renunciar si continuaba lo que hoy llamamos bullying. Osuna por su parte mereció los insultos por interpuesta persona de Guillermo León Valencia, los sudores de Samper y los despeluques de Barco por señalar a su esposa de gringa en tiempos de Frechette. No queda más que añorar a Belisario quien alguna vez, recordando a Osuna, dijo con su tono sacerdotal: “Gracias por sus urticantes aunque sonrientes lecciones”.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar