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Ignatieff, ¿un nuevo Obama?

Santiago Montenegro
15 de diciembre de 2008 - 12:21 a. m.

SE ATRIBUYE A LEÓN TROTSKY LA frase aquella de quien quiso vivir una vida tranquila no debió nacer en el siglo XX. 

Pero, por lo poco que llevamos del nuevo siglo, todo indica que tampoco debió hacerlo en el XXI. Junto a la crisis económica, ha sido tan grande el impacto de la elección de Barack Obama que ha pasado casi desapercibido el terremoto político que se está produciendo en la vecina Canadá. Un país casi desconocido entre nosotros, lo recuerdo gris, como su paisaje y su clima invernal. Y predecible, demasiado predecible comparado con los terremotos políticos y sociales, las inundaciones y los terremotos geológicos, la corrupción, los asesinatos y desaparecidos o el narcotráfico de nuestra América Latina.  Y, aún, de los mismos Estados Unidos: ¿qué tal el gobernador de Illinois subastando la curul de Obama en el Senado? Yo sabía muy poco del Canadá hasta hace menos de tres años, cuando Michael Ignatieff nos dejó sorprendidos a sus lectores con su decisión de entrar en la política activa y abandonar una brillante carrera académica de treinta años, que lo había convertido en uno de los mayores exponentes del pensamiento liberal contemporáneo. Bisnieto y nieto de condes que fueron ministros de los zares Alejandro III y Nicolás II, Ignatieff estudió historia en Toronto, Oxford y Harvard. Profesor en varias universidades de Canadá, el Reino Unido y los Estados Unidos, en unos quince libros, tanto de ficción como de no ficción, ha sido un prolífico generador de ideas, entre las cuales sobresale su controversial enfoque del “mal menor”, muy relevante para un país como Colombia. Según este planteamiento, las democracias occidentales pueden verse obligadas a emplear males menores, como detención indefinida de personas, guerras preventivas o, aun, asesinatos selectivos, para prevenir un mal aún más maligno, como el terrorismo. Consistente con este enfoque, ha defendido la intervención activa de las democracias occidentales —lo que llama el intervencionismo humanitario— en conflictos de países en desarrollo, como el genocidio de Ruanda o la guerra de Kosovo. Incluso, llegó a defender inicialmente la invasión de Irak, aunque, con el tiempo, fue cambiando de opinión hasta aceptar que había estado equivocado. Su biografía de Isaiah Berlin —su profesor en Oxford— es sencillamente extraordinaria.

Siendo miembro de la Escuela de Gobierno, de Harvard, a donde se había vinculado en el año 2000, fue tentado a la política y elegido diputado por el Partido Liberal a la Cámara de los Comunes, en la primavera del 2006. Y, en una carrera política de vértigo, acaba de ser elegido jefe de su partido, el mayor de la oposición, en un momento de intensa crisis política. Para evitar la caída de su gobierno minoritario, el actual Primer Ministro, Stephen Harper, ha suspendido las sesiones del parlamento hasta finales de enero, cuando deberá lograr la aprobación del presupuesto. Si no lo logra, la coalición de los liberales, el Nuevo Partido Democrático, de izquierda, y el Bloc Québécois podrán formar gobierno o se llamará a nuevas elecciones. Así, Ignatieff puede estar a punto de ser el nuevo Primer Ministro del Canadá. Es un hecho extraordinario para un académico, de 61 años, que regresó a su país hace tan sólo tres, después de treinta años de ausencia. Las comparaciones con Obama no se harán esperar. ¿Es un hecho fortuito?  O, cansadas de la incompetencia, el clientelismo y la politiquería, ¿están las democracias occidentales buscando nuevas ideas, nuevas formas y nuevas personas para hacer la política?  El éxito —o el fracaso— de Obama y de Ignatieff nos dará las respuestas a estas preguntas.

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