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Ignorando las tendencias demográficas

Mauricio Botero Caicedo
23 de febrero de 2014 - 04:00 a. m.

EN UN BIEN ARGUMENTADO artículo, “¿A quién le importa la demografía?” (El Tiempo, feb. 17/14), Cecilia López Montaño pone en evidencia las graves consecuencias de haber sobreestimado la población de menores y subestimado el número de adultos mayores.

La columnista señala que “estamos empezando la otra gran revolución: el envejecimiento de la población y la reducción significativa de las tasas de fecundidad que conlleva a menos niños de lo que se esperaba en la década de los noventa, cuando se realizó el último censo de la población… Por ignorar la demografía hemos perdido parte del bono demográfico: período en el cual la fuerza de trabajo crece más rápidamente que los dependientes, menores y ancianos y ahora, al paso que vamos, nos sobrarán escuelas y nos faltarán guarderías para ancianos”.

En forma paralela el país en las últimas seis décadas ha dado otro significativo viraje demográfico: de ser eminentemente rural, hoy en día entre el 74 y el 80 por ciento de los colombianos viven en centros urbanos. Hay varios factores que han incidido en este fenómeno: por una parte están los desplazamientos forzosos a causa de las acciones violentas de los grupos al margen de la ley, llámense narcoterroristas o paras. No se puede descartar tampoco la influencia de políticas estatales como aquellas recomendadas por el profesor Lauchlin Currie, quien postulaba la adopción de instrumentos administrativos dirigidos a la creación masiva de empleo en las ciudades, con objetivos sociales como los de una masiva cobertura de la educación, salud y vivienda. Finalmente está la migración voluntaria a las ciudades. En reciente libro, City: A guidebook for the urban age (Bloomsbury, 2012), el autor inglés P.D. Smith señala que a los inmigrantes no sólo los atraen las oportunidades laborales, sino el acceso a la educación y la posibilidad de escapar del tedio que acompaña generalmente al campesino. Moisés Naim, en su excelente ensayo “El fin del poder” (Debate, 2013), afirma que la revolución de la movilidad que más ha transformado el poder es la urbanización: “Las migraciones internas, y especialmente la urbanización, alteran la distribución del poder dentro del país tanto o más de lo que hacen las migraciones entre países”.

La pregunta de fondo es si la migración a los centros urbanos es reversible. Los desplazados, con sobrada razón, exigen la restitución de sus tierras. Esta restitución no es sólo asunto de legalidad, sino de equidad. Otra cosa —como empíricamente se ha demostrado— es que sólo una mínima parte de los desplazados tiene la menor intención de regresar a sus tierras. Los que migraron voluntariamente no retornan.

Hay, sin embargo, fuertes presiones políticas para que en el campo se imponga el esquema de Unidades Agrícolas Familiares (UAF), cuya definición legal en 1994 buscaba —más que lograr objetivos económicos y sociales— contener lo que en su día era unos de los mayores peligros que amenazaban la nación: el que los narcotraficantes se apoderaran de la tierra productiva en Colombia. La tragedia de este país siempre ha sido que, buscando resolver problemas temporales, adopta normas permanentes. Quien escribe esta nota se teme que en el caso de la agricultura el país está corriendo un riesgo similar al de las escuelas y las guarderías que menciona la doctora Cecilia López: terminaremos, como alguna vez lo pronosticó el Dr. Alfonso López Michelsen, con tierras pero sin campesinos. 

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