Entre copas y entre mesas

Increíbles opciones ibéricas

Hugo Sabogal
25 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.

Nuestro mercado de vinos suele ir a la fija: si el origen es Argentina, entonces Malbec; si es Chile, Cabernet Sauvignon; si es Australia, Syrah; si es España, Rioja.

Desde luego, son algunos de los nombres de mayor recordación para la mayoría de los consumidores locales. Pero hay un inmenso e inexplorado más allá que me gustaría develar, en esta oportunidad con España, donde estuve recientemente.

Antes de empezar, reconozco que los más avezados entusiastas nos llevan ventaja, porque viajan con frecuencia a los lugares de producción o compran a pequeños importadores dedicados a ofrecer novedades. Para el resto sólo existe la posibilidad de acceder a los productos comerciales que rotan bien en las góndolas.

Sé que el nombre de Ribera del Duero es familiar para muchos de ustedes, pero es preciso recordar que de allí salen los tintos más reconocidos de la península Ibérica.

Ribera del Duero se ubica en el corazón de Castilla-León —al noroccidente de Madrid—, donde las bodegas han convertido en arte la elaboración de un Tempranillo puro o casi puro (Tinta Fina o Tinta del País, como se le conoce en la zona). Un clima continental extremo reduce la producción a niveles mínimos, y esto permite concentrar la uva e incrementar la complejidad y calidad de sus vinos.

El consumidor encontrará en ellos un profundo color violeta, aromas de fruta negra, lo mismo que sabores sedosos y persistentes. En la mesa, los vinos del Duero piden lechazo, o sea, un cochinillo en diferentes formas de preparación.

Al noroccidente de Castilla-León se encuentran Bierzo y Ribeira Sacra, dos denominaciones donde la influencia marítima del Atlántico, conjuntamente con los suelos de laja, influye de manera determinante en el estilo de sus vinos. Sus tintos, elaborados con la variedad autóctona Bierzo, dejan en el paladar un rastro de originalidad inconfundible. Es lo que los entendidos llaman expresión fiel del terruño.

En cambio, en blancos, España ha sido más acotada que Francia y Alemania, por estar en un paralelo más próximo a la línea ecuatorial. Pero nadie puede negar que el Verdejo de la zona de Rueda o el Albariño, de Galicia, sacan la cara con gallardía. Otra variedad blanca de la misma latitud es Godello, que arroja vinos aromáticos y reminiscentes a manzana verde, a sensaciones minerales y herbáceas. Todo un jardín del Edén. Son aptos para pescados, mariscos y quesos.

Si viramos hacia Cataluña, hay otras dos denominaciones de origen con rasgos sobresalientes y similares a Ribeira Sacra y Bierzo. Estas son Monsant y Priorato, donde los tintos dejan un recuerdo inconfundible a pizarra.

Para la elaboración de sus vinos, los pocos bodegueros del Priorato utilizan dos variedades autóctonas —Garnacha y Cariñena— que, en manos de inquietos enólogos, generan vinos profundos y expresivos.

En copa muestran tonos notoriamente oscuros, con matices de fruta negra madura. Se recomienda, incluso, que estos caldos se abran dentro de cinco a diez años después de elaborados para que domestiquen en la botella sus potentes taninos.

Finalmente, y a diferencia del Priorato, que se enfoca en tintos, Montsant es más versátil. Allí, igualmente, se elaboran tintos profundos y potentes. Pero también brotan de sus viñedos blancos sedosos y rosados perfumados.

En resumen, estas zonas merecen ser tenidas en cuenta a la hora de acercarnos a España. Pero hay más para buscar, porque la península es hoy una inmensa caja de sorpresas.

 

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