Publicidad

Indignarse

Guillermo Zuluaga
21 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

Uno creería que así como en el mundo menguaron un poco las guerras y los saqueos, también en Colombia algo iban a mermar en estos tiempos de pandemias y prolongadas cuarentenas.

Que de pronto se reducirían las muertes de líderes sociales —ahora sí—, que a lo mejor bajaban un poco los niveles de corrupción —soy un idealista—, que nos olvidaríamos por unos meses del fracking —ojalá— y los atentados contra el medioambiente —sí, contra el medio que aún nos queda—. Que la polarización fuera en un país donde sí hay verdaderos problemas y no esa lucha de egos que va de derecha a izquierda y pasa por el solapado centro, devendría en sus matices. En eso pensaba, soñaba, imaginaba, pero no, basta abrir las páginas virtuales o impresas de un diario para encontrar una realidad diametralmente tan otra: la corrupción sigue cabalgando y ahora, con la excusa de la atención de una pandemia, los poderosos se buscan cualquier portillo para robarnos lo poco que faltaba; las noticias de muertes de líderes sociales siguen manchando con su tinta titulares y más titulares, y la sangre sigue mojando tierras de esta nación que no se reconoce en sus periferias o no le interesa; el fracking se avizora a la puerta de nuestros páramos y fractura nuestras esperanzas de un mejor clima o de la supervivencia misma; el desempleo, el subempleo y el empleo informal van en alza…

Todas estas noticias ya son parte de nuestro paisaje, pese a una supuesta cuarentena. Y parece que ya nada de eso nos indignara. Porque no nos indignan las muertes consuetudinarias de esas personas que llevan en la frente el inri de ser “líderes” sociales, ambientales, de restitución de cultivos, defensores de derechos humanos, en fin, por defender causas tan nobles… y van tornándose cifras. Tampoco nos indigna, parece, que nos roben por billones —mientras las escasas inversiones sociales son en millones—. Arrasan selvas, desvían ríos y, vaya paradoja, en estos tiempos de extrañas pandemias se cierran clínicas y hospitales, y mueren empleados de la salud, esperando por un sueldo que no llega, como no llegó nunca la pensión del coronel a quien no le escribían.

Un titular de la mañana es reemplazado por un escándalo en la tarde. Y a lo mejor, uno nuevo en la noche. Asistimos impertérritos a esa secuencia de escenas de despropósitos que es este país, con el agravante de que ni siquiera nos permiten salir a las calles a protestar o siquiera a movernos, y todas las indignaciones mueren pronto en el cementerio de los likes y las tendencias… La cuarentena les cayó de perlas a los corruptos, a los bandidos de cuello blanco y a los depredadores ambientales.

Claro, vale la pena repetirlo: aquello al parecer no nos indigna tanto. Lo que sí nos indigna, nos exalta y nos conmueve es que el “calvo HP ese” no alinee a James en el Real Madrid, o que una senadora que en términos generales ha sido coherente suelte un “hijueputazo” cuando su micrófono aún estaba encendido, o que un senador progre use zapatos italianos, o que una alcaldesa vaya a mercar con su pareja. Nos distraemos en tonterías, mientras lo importante pasa de agache para muchos. Nos indigna lo que no debería indignarnos y no nos indignamos por lo que sí deberíamos indignarnos.

Colombia debería volver a mirar la palabra indignación. Mirarla en su relación directa con el término dignidad. Y hacerla suya. Fijar un pacto por la indignación colectiva en contra de la muerte y la corrupción, en cualquiera de sus formas. Necesitamos un país que se indigne por lo verdaderamente trascendente y tal vez así volvamos a ir teniendo dignidad como nación, o vayamos construyendo una nueva más alejada de fanatismos y con más sentido de lo humano. Pero indigna saber que no será fácil, que no será pronto.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar