Inferioridad troquelada

Jaime Arocha
14 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

“Oiga dotoo", exclama Alexandra Montoya, y Gustavo Gómez le responde: “¿qué pasó ahora?”, con un dejo de la aburrición que al parecer le producen los cuentos sobre la gente negra que ella dramatiza de tanto en tanto. “Es que no nos fue muy bien el fin de semana para la etnia —añade ella—, a unas 110 familias les tocó salir corriendo de la balacera que hay entre los bandidos del Eln y eso que están firmando la paz y otros grupos ilegales… estamos tan indefensos la población civil que no nos metan en ese entierro. Estamos en el Chocó, alto Baudó”.

Considerando su audiencia amplia, fue significativo que La Luciérnaga le hubiera hecho eco a la noticia que el 4 de marzo divulgó por redes El Congreso de los Pueblos. Sin embargo, me pregunté si esa sátira política terminaba por trivializar y distorsionar semejante tragedia. La banalización corre por cuenta de un lenguaje burletero que hace 30 años popularizó Sábados Felices. Mediante una entonación cantadita, estereotipa a las personas negras como cortas de espíritu e ingenuas. El productor ambienta esas intervenciones de Alexandra mediante música de marimba, así ese instrumento no sea el propio ni del Chocó, ni del norte del Cauca, la otra región que frecuenta ese segmento del programa. En cuanto a la posverdad, la comentarista no dijo que las Autodefensas Gaitanitas de Colombia también habían sido responsables del horror. A ellas, las comunidades de esa región llaman paramilitares y de esa manera contradicen la tesis que divulga el Ministerio de Defensa en cuanto a la desaparición del paramilitarimo. La magnitud de lo que pasaba en el Baudó tampoco quedó retratada: la balacera fue en Punta Azul, pero los paramilitares también estaban en Batatal, Puerto Misael, Boca de León, Punta de Peña y Puerto Cardozo, una extensión comparable a la suma de la de Chía, y Cajicá, pero con pocas carreteras y comunicada más que todo por el río Baudó y sus afluentes. A ese espacio caracterizado hoy por el confinamiento forzado hay que agregarle el del bajo Atrato, donde al menos desde noviembre de 2016 las comunidades también reportan que las Autodefensas Gaitanistas de Colombia están presentes. Entonces, surge la pregunta sobre el control de unas áreas tan amplias, sin que las mismas poblaciones hagan referencia a reacciones apreciables por parte del Ejército Nacional y la Policía. No puede ser que ahora se vaya a reeditar la limpieza étnico-racial que —aupada por genocidio y destierro— campeó en el Pacífico norte y sur durante los años de 1990.

En esta columna he sostenido que son manifestaciones de racismo las exclusiones que el proceso de paz ha practicado con la gente negra: su invisibilidad en los relatos que elaboró la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, la tardía incorporación del capítulo étnico a los acuerdos de La Habana, y hoy en día la marginalidad de esos pueblos dentro de la Justicia Especial para la Paz y los tribunales que la apuntalarán, así como la restricción de la consulta previa por la vía del fast track. La reiteración de ese “oiga dotoo” cuando La Luciérnaga aproxima los problemas de los pueblos de ascendencia africana —a su vez estereotipados como “la etnia”— refuerza la naturalización de la inferioridad que medios y sistema educativo les troquelan a los colombianos.

* Miembro fundador, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar