Vivimos de miserias, en todas las acepciones del término, pero en especial de esa que etimológicamente lo traduce como desgracia e infortunio.
Infortunios han sido la pandemia y sus efectos imposibles de predecir, como lo sabe cada ciudadano de este mundo. Desgracia es haber sido abandonados al albur del contagio.
Infortunios son los incontrolables desastres naturales, aupados por la irresponsabilidad humana del manejo ambiental. Desgracia es que, a cada aviso, como el de 2005 en San Andrés, los politiqueros de siempre nos abandonen a nuestra suerte.
Entre infortunios y desgracias, en vez de levantarnos como un pueblo digno, nos hemos contagiado de ese espíritu miserable y mendicante representado en la mano del presidente Duque tendida y entrenada para pedir ayuda; él, que debería estar indicando el rumbo para la recuperación de nuestras islas.
Disfrazamos de solidaridad lo que debería ser responsabilidad de quienes están a cargo y caemos en su trampa cuando para ello nos piden unidad. Por eso les gusta que seamos teletoneros y caminantes solidarios, para pegar con babas un país que ellos mismos hacen explotar, con cada acción y omisión, en mil pedazos.
Ahora piensan en limosnas para salvar los periódicos regionales, disfrazar las trizas del proceso de paz que no quisieron implementar o hacer dizque presencia después de cada masacre.
Y ante la escasez de líderes formados y preparados, nos alistan para asignarnos, como si fuera favor o limosna, un delfín imberbe y maleducado cuyas únicas virtudes son tener el mismo apellido y las mismas mañas de su padre, hábil para dividir y emberracar, con farsas como esa de decir que no quiere, para luego “sacrificarse” por la patria. ¿Dónde está la entereza de sus copartidarios para protestar ante semejante exabrupto? ¿O seguirán arrodillados para recibir las migajas de la mano caprichosa de su patrón?
Recuerdan una vieja leyenda que dice que en el país de los árboles se buscaba un rey, pero nadie quería porque todos estaban ocupados, hasta que encontraron el cardo, que no hacía nada y además tenía espinas y podía hacer daño. ¡Qué desgracia!