El caminante

Ir más allá

Fernando Araújo Vélez
17 de febrero de 2018 - 11:43 p. m.

En estos tiempos urgentes, tiempos donde todos contra todos, como cantaba Fito Páez, habrá que repasar los viejos mandamientos para no volver a caer en ellos, y luego destrozarlos. Habrá que poner arriba lo que siempre estuvo abajo y quemar el resto, pero sobre todo, habrá que ir más allá siempre y eliminar las metas, o tomarlas como un paso más. Llegar a la cumbre e ir más allá, como escribió un sabio cordobés, Marco de León Espitia. En estos tiempos de títulos, de números, algoritmos, de trajes por apariencia, de cargos como victorias, de proliferación de Bien y de Mal, de mejor y peor, de instrucciones y alegrías por encargo, habrá que comprender que ni el trabajo ni el amor ni los dioses ni la democracia pueden ser un fin, y menos aún, El fin.

Habrá que trascenderlos. Ir más allá. Habrá que comprender que el amor no puede ser de dos agarrándose de las manos frente a una chimenea y nada más, o firmar un papel donde conste que hay y hubo y siempre habrá amor. Habrá que actuar después. Ser dos más dos más dos. Tomar del otro y descubrirlo cada día un poco más, en sus miserias y bondades, sin juzgarlo, y juntos, fuerza más fuerza, voluntad más voluntad, construir algo que los supere, como los amores de Lenin y Nadhezda Krupskaya, como los de Marie y Pierre Curie, aunque luego se rompan los dos. Al menos, habrán dejado una obra.

En estos tiempos cómodos y anodinos, habrá que involucrar a eso que llamamos trabajo con la vida y viceversa. Que lo que hacemos durante el día sea parte de lo que soñamos durante la noche, y que si se nos ocurre una idea a las tres de la madrugada, no nos remitamos a los sepultureros del trabajo, que etiquetaron a quienes viven por el trabajo como unos adictos de mirada extraviada. Sólo mezclando y uniendo vida y trabajo podremos liberarnos de los horarios, del yugo, de la explotación, del tener que hacer, pues elegiremos el trabajo y decidiremos, en vez de que nos decidan, y si sólo encontramos un puesto como operarios de una fábrica de tornillos, que los tornillos sean una vida y que creemos una obra de y con tornillos.

En estos tiempos robóticos, bombardeados de mensajes que en realidad son instrucciones para ser tan felices como unos cuantos quieren, a la manera de esos cuantos y con sus productos, sería todo un gesto entender que el voto no hace una democracia y que los elegidos no son los únicos que pueden hacer, o deshacer, un país: hay cientos de miles de cosas para hacer por fuera de la política y sus instituciones, más allá del poder y de sus presupuestos. En estos tiempos de bendiciones mecánicas, sería un cumplido para los dioses contradecirlos de vez en cuando, evaluar cada uno de sus mensajes, vivir sin sus promesas de salvación, e ir más allá de la simple obediencia y de darnos golpes de pecho. 

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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