Irán, motivos del descontento popular

Daniel Emilio Rojas Castro
10 de abril de 2018 - 05:30 a. m.

Las protestas que ocurrieron entre diciembre de 2017 y febrero de 2018 pusieron al descubierto las tensiones de la sociedad iraní.

Las acusaciones lanzadas por varios parlamentarios contra « fuerzas exteriores » que habrían promovido las protestas contra el gobierno de Hasán Rouhaní en Irán, no bastan para explicar las explosiones de descontento popular en Mashhad, Téhran, Isfahán o Shar-e Kord. Si bien es cierto que los EE.UU., Israel y Arabia Saudita buscan desestabilizar al régimen shíita sirviéndose de la amenaza del uso de la fuerza o apoyando a grupos de opositores internos, la influencia política y social de estos países entre los iraníes es restringida, por no decir inexistente.

Los levantamientos, que iniciaron en Mashhad y se extendieron rápidamente a los demás centros urbanos, tuvieron un origen orgánico, que puso de relieve el inconformismo con el manejo de la economía, del gobierno y con todos aquellos compromisos internacionales que Rouhaní y sus ministros han asumido en el Medio Oriente. En Ahvaz y Arak, los obreros protestaron por la falta de pago de los salarios debida, según algunos de ellos, a la corrupción y a la malversación de fondos públicos. En Mashhad, donde se reunieron varios centenares de manifestantes, se gritaron consignas contra « los dictadores » que se encuentran en el poder y se exigió al gobierno finalizar la intervención militar en Siria e Irak, además de suspender todo tipo de apoyo financiero a Hezbollah.

El descontento político frente a un régimen que no logra satisfacer las libertades públicas que exigen las clases medias urbanas también tiene raíces económicas. En Tehran, el precio del arroz, uno de los alimentos más importantes de la canasta familiar, ha aumentado en algunos meses cerca del 60%. En el último semestre, el rial, la moneda iraní, ha perdido un cuarto de su valor frente al dólar, provocando una tendencia inflacionaria que tiende a incrementarse y que el banco central no ha podido controlar. Según cifras oficiales, la tasa de desempleo es del 11,9% y afecta al 28,4% de los jóvenes entre los 15 y los 24 años.

Es en el terreno económico, más que en el político, donde hay que buscar las raíces externas del descontento social que se cristalizaron en las protestas. La firma del acuerdo nuclear iraní en 2015 debía acompañarse de la supresión progresiva del paquete de sanciones impuestas a este país en el 2006, lo que debía darle un respiro a una economía exhausta desde la Guerra contra Irak (1980-88). Sin embargo, los efectos del fin del embargo están tardando demasiado en sentirse y cada vez hay más pesimismo frente a una posible normalización de las relaciones económicas con los occidentales:  tras el anuncio de Washington de retirarse del acuerdo y de aplicar nuevas sanciones, los inversionistas europeos —en particular los franceses—, congelaron varios de los más importantes proyectos de infraestructura, turismo y carrocerías que habían iniciado en el 2016.

La explosión popular no tuvo ni un mando unificado, ni consignas homogéneas, ni tampoco movilizó un número masivo de manifestantes, pero es la primera vez en dos décadas que surge un movimiento de protesta de amplitud nacional en el país. Los levantamientos no representaron el resquebrajamiento de la República islámica, pero fueron una campanada de alerta para un régimen que debe encontrar un equilibrio tolerable entre sus compromisos internacionales y el bienestar del pueblo iraní.

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