Cada vez hay más gente que rechaza la vieja división izquierda/derecha, esa oposición nacida de la primera asamblea constituyente del mundo, la revolucionaria francesa, cuando los representantes del pueblo se sentaron a la izquierda y los de la nobleza a la derecha. A partir de ahí, esta dualidad —con matices y escalas intermedias— ha viajado durante siglos hasta hoy, mostrando las dos caras de la moneda: los intereses del pueblo en oposición a los de una minoría aristocrática.
Esta dualidad se refiere a las ideas de fondo con las que, según unos y otros, la sociedad debería regirse, pero muy pronto aparece otra dimensión que es el modo en que estas ideas se deben tramitar para que sean legítimas al ponerse en práctica. Por eso el debate sobre democracia o dictadura es un problema epistemológico distinto. ¿Cuál es el origen y la autoridad del poder que detentas? Si se tratara de un partido de fútbol, diría que las ideologías (izquierda, derecha, liberalismo, etc.) competen al director técnico de cada equipo, mientras que los modos de operar para que esas ideas se impongan en la realidad (democracia, dictadura, etc.) son del dominio del árbitro y los jueces del VAR, pues todos deben respetarlas. Por eso siempre me ha parecido torpe el que, a la pregunta por su filiación política, responde ser “demócrata”, pues es como si en preferencias futbolísticas dijera: “Me gustan los partidos en dos tiempos de 45 minutos”.
La oposición izquierda/derecha está en todas las culturas y con el tiempo se ha ido haciendo más compleja: ya no sólo refleja diferencias de poder económico, sino también posturas relativas a los derechos humanos, la moral, la sexualidad, la religión, la relación con otras etnias o nacionalidades, el papel del Estado y el valor del patrimonio o de la vida. Esta oposición es también una línea rectora que dirige la simpatía o el rechazo hacia determinados asuntos que, al menos en apariencia, deberían haber sido consensuales, como fue entre nosotros el proceso de paz.
Hoy algunos argumentan que ese paradigma desapareció, pero no es cierto. La irrupción del empresario como actor político, que dice no tener otra ideología que el progreso económico, trajo una nueva forma de autoritarismo. Es el modelo Berlusconi replicado en muchos países del mundo: Trump, Piñera, Macri. ¿Y qué es lo primero que dice este buen empresario? Que él no es político sino técnico y que viene a crear riqueza. Acto seguido pone en marcha su decálogo empresarial, empezando por la reducción del Estado y la supresión del aparato social de ayudas, que juzga improductivo. Al hacer esto ya puede rebajar los impuestos, que son una medida históricamente de izquierda en la que quien tiene más da más. ¿No es todo esto de derecha? Claro que sí, pero él dirá que no, que es una necesidad de la economía y del mercado, que hace obsoletas las ideas políticas. Quien lo contradice (la izquierda) es visto como caduco. Por eso, afirmar que la oposición derecha/izquierda ya no existe es un gran argumento de derecha. Colombia es un caso atípico. Aquí el empresario no necesita lanzarse a la arena. Sarmiento Angulo, por ejemplo, cuenta con un partido subalterno que cuida sus intereses a cambio de apoyo económico. ¿Para qué molestarse?