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Héctor Abad Faciolince
17 de agosto de 2013 - 09:00 p. m.

El título de este artículo está lenguaje criptográfico y para ser descifrado ustedes deberían tener una clave personal que no voy a entregar.

Como bisoño que soy en el asunto, lo único que haré es explicar por qué, en la profesión de periodista y a estas alturas de la historia y del espionaje masivo por internet, es importante aprender a cifrar todos aquellos mensajes que no queremos que ningún gobierno ni ningún privado intercepten.

Tener buenas contraseñas es importante para que no te hackeen un mensaje, pero esta clave no nos libra en absoluto de que los servicios secretos de algunos países lean nuestros correos. Si el director de la CIA no fue capaz de mantener en secreto un pecadillo de faldas, imagínense lo que puede pasar con cualquiera de nosotros. No digo que la NSA tenga el menor interés en entrar a leer mi más que inocente buzón de correos, pero si un día me diera por investigar las compras de balas del Ejército de Colombia a una intermediaria de armas rusa, tal vez convendría encriptar mis hallazgos. ¿Que esto lo harán también los terroristas? Sí, pero los que quieran hacer el bien deben prepararse mejor que los que quieren hacer el mal.

Hace mucho no leía un reportaje periodístico tan fascinante como el que publicó el martes pasado el New York Times. En él el periodista Peter Maas cuenta la historia de cómo una documentalista californiana, Laura Poitras, y un columnista y abogado constitucionalista neoyorquino, Glenn Greenwald, se convirtieron en los puentes seguros para que Edward Snowden (el contratista de la Agencia de Seguridad Nacional) pudiera filtrar al Guardian los documentos que demostraban el espionaje masivo (interno y externo) en el que está empeñado el gobierno de Estados Unidos (http://nyti.ms/1cL8a7q). La primera lección que Snowden les da a todos los periodistas de investigación del mundo es que si quieren mantener secretas sus pesquisas, deben, ante todo, aprender a cifrar los mensajes que mandan por la red. El periodista investigativo de hoy en día debe tener —fuera de curiosidad, agallas y honradez— dotes de hacker.

Así como la lectura o la audición musical ocurren hoy en día más en la red que en el papel, así mismo las intrigas y guerras del futuro se combatirán más en el mundo virtual que en el real. Un ataque informático puede paralizar los bancos, las centrales eléctricas, los acueductos, los vuelos comerciales, los canales de información, todo. Para detener la fabricación de un arma nuclear en Irán enviar un virus a los computadores que hacen los cálculos es mucho más eficiente que bombardear las instalaciones secretas donde se almacenan sustancias radiactivas.

Hace unas semanas, cuando estalló el escándalo de Snowden, Obama intentó minimizar el asunto diciendo que no iban a inquietarse por un hacker de 29 años que jugaba a ser espía. El muchacho cumplió 30 días en el aeropuerto de Moscú, y sea lo que sea (disidente, patriota, traidor, campanero, héroe o villano) ha conseguido que las relaciones entre Rusia y Estados Unidos hayan caído a niveles no vistos desde la Guerra Fría. Quien filtró a Wikileaks documentos secretos sobre la guerra de Irak, el soldado Manning, se expone ahora a 30 años de cárcel, después de haber sido detenido con una saña de las que sólo se usan con los terroristas de Al Qaeda. La furia de Gran Bretaña contra Assange y su confinamiento en la embajada ecuatoriana, son tres hechos no aislados que demuestran los nuevos escenarios en que se mueven los poderes del mundo.

A Snowden se le acusa de haberse refugiado en un país como Rusia, que espía tanto como Estados Unidos y defiende aún menos las libertades individuales. Así esto sea verdad, lo que él buscaba es precisamente que su país no llegue nunca a portarse como un Estado totalitario.

 

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