Jaime Vidal Perdomo

Augusto Trujillo Muñoz
02 de marzo de 2018 - 03:00 a. m.

Jamás buscó distinciones, pero siempre sirvió con denuedo, idoneidad y solvencia a las más nobles causas de su país. Honró a su patria chica en Colombia y a su patria grande en América. Jaime Vidal Perdomo fue un gigante del derecho y de la ética.

Se formó, como abogado, en la Universidad Nacional de Colombia y luego de cursar sus estudios de posgrado en la Universidad de París regresó para impulsar la renovación del derecho público. Cuando fue necesario modernizar instituciones, el presidente Carlos Lleras Restrepo se comprometió con la reforma constitucional de 1968 y comprometió a su conciencia jurídica, Jaime Vidal Perdomo, en la reforma administrativa que le sobrevino.

Hace un par de lustros, la Academia Colombiana de Jurisprudencia, que se honró con la membresía de Jaime Vidal, seleccionó la bibliografía jurídica fundamental del siglo XX colombiano. Al lado de las obras sistémicas de Fernando Vélez o Valencia Zea, de Luís Carlos Pérez y de Antonio Rocha, apareció la obra innovadora de Jaime Vidal como insignia de la más sustantiva evolución del derecho administrativo.

Uno de sus más conspicuos alumnos, el profesor Libardo Rodríguez, al presentar un libro-homenaje que coordinó, en unión de su colega Carlos Mario Molina, bajo la inspiración de la Universidad de Medellín, lo dijo con estas palabras: “En la búsqueda de soluciones propias, sin desconocer las fuentes del derecho comparado, Vidal Perdomo ha sido protagonista de los procesos que culminaron con la adopción de las reformas constitucional y administrativa de 1968, el estatuto de Bogotá aprobado en ese mismo año, el estatuto de contratación pública de 1983, el Código Contencioso-Administrativo de 1984 y los Códigos  de Régimen Municipal y Departamental”.

Jaime Vidal Perdomo fue un constructor de instituciones. Como su maestro, el expresidente Darío Echandía, por quien Vidal sentía una especial admiración. Mucho se parece el perfil de esas dos ilustres figuras del derecho colombiano. Algún día le oí decir a Luis Villar Borda que, uno y otro, fueron una especie de conciencia moral para Colombia.

Suelo repetirlo siempre que me refiero a él y, ahora, lo reitero como un homenaje a su memoria: Vidal descreía de los honores. Los rechazaba en forma elegante, sin asomo de arrogancia, con humildad republicana. No quiso ser gobernador del Tolima, no quiso ser consejero de Estado, no quiso ser ministro de Justicia. Sabía, de seguro, que la grandeza de los hombres no se mide por las dignidades que ocupan, sino por la dignidad con que viven.

Estudié, como casi todos los abogados que hoy tiene Colombia, en sus libros de derecho administrativo. Pero más allá de eso, en lo puramente personal, el viaje eterno de Jaime Vidal me aflige hondamente. Fue uno de mis grandes maestros. Me prodigó una amistad que siempre agradecí, a través de la cual los míos y los suyos se encontraron, sinceramente, en el ámbito de los afectos. A Clarita y a sus hijos los abrazo con el alma.

* Exsenador, profesor universitario.

@inefable1

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