Yo soy como el picaflor

Johan Huizinga

Ricardo Bada
20 de febrero de 2020 - 10:47 p. m.

Me toca nuevamente hablar de los Países Bajos porque en estas calendas se han cumplido 75 años de la muerte de uno de los más importantes pensadores europeos en la primera mitad del siglo XX: el neerlandés Johan Huizinga. No exagero su importancia al añadir que él, con Erasmo de Róterdam y Benito Baruch Spinoza, completa el trío de intelectuales neerlandeses que más predicamento han tenido en la historia de Europa, y no solo en ella. Hay dos libros de Huizinga que son claves y obras estándar, ambos, en los temas que trató: El otoño de la Edad Media y Homo ludens (donde se ocupa del ser humano como sujeto lúdico). La resonancia e influencia de estas dos obras, traducidas a todos los idiomas cultos, han sido inmensas desde su publicación, en 1924 y 1938, respectivamente, y aún siguen siendo lecturas apasionantes casi un siglo después.

No fueron solo estos dos libros los que cimentaron su fama de pensador innovador y profundo, como lo demuestran de sobra los nueve apretados volúmenes de sus obras completas, con sus ensayos culturales e históricos, y su monumental monografía dedicada a Erasmo, amén de los también tres copiosos volúmenes de su epistolario.

Pero lo que deseo recordar aquí, al rendirle homenaje en su efeméride, es su entereza y su probidad intachables cuando, siendo rector de la Universidad de Leiden, canceló la invitación a un evento a celebrarse en ella, en abril de 1933, a Joseph von Leers, delegado de la Alemania nazi. Este era un rabioso antisemita que, poco antes de inaugurarse dicho evento, había publicado un panfleto donde sostenía que al igual que Jesús fue asesinado por los judíos, en pleno siglo XX era posible que los cristianos fuesen asesinados por ellos.

Cuando la Wehrmacht invadió su país, el 10 de mayo de 1940, a lo que siguió el criminal bombardeo de Róterdam cuatro días después, el nombre de Huizinga figuraba en una lista de posibles rehenes, pero de momento se le dejó en paz. Su empecinada defensa de la autonomía universitaria y su rechazo de las leyes antisemitas condujeron en 1942 al cierre del alma mater de Leiden, una de las más antiguas universidades europeas. Además, Huizinga fue internado como rehén en un campo especial, pero la presión internacional y su propia salud, quebrantada, hicieron que los nazis lo liberasen, aunque con prohibición expresa de residir en Leiden.

Cinco años menos cinco días duró la ocupación alemana, pero cuando concluyó, el 5 de mayo de 1945, Huizinga ya había muerto, el 2 de febrero de ese mismo año, sin llegar a gozar la alegría de ver a su pueblo liberado por fin del yugo nazi. Seguro estoy de que, frisio como era, lo habría festejado con una copita de ginebra vieja.

 

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