“Jojo Rabbit”

Mauricio García Villegas
25 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Después de tantas películas que han hecho sobre la Segunda Guerra Mundial, era muy difícil hacer algo bueno y original. Eso fue lo que logró el director neozelandés Taika Waititi con su película Jojo Rabbit. En ella se narra la historia de Jojo, un niño de 10 años que pertenece a las juventudes nazis y que habla con un amigo imaginario, que es el mismísimo Adolf Hitler. Jojo se viste con uniforme militar y está imbuido en las historias de buenos y malos que le inculcan sus instructores. Rossi, su madre, que trabaja para la resistencia, sin que Jojo lo sepa, y que tiene escondida en el ático de su casa a Elsa, una niña judía de la cual Jojo se hace amigo, observa con preocupación la exaltación política de su hijo e intenta distraerlo, hablándole de otras cosas y enseñándole a bailar. Jojo va descubriendo poco a poco la realidad. Pero de eso no hablo para no estropearles el gusto de ver la película.

Jojo Rabbit se puede ver de muchas maneras, porque es muchas cosas a la vez: una tragedia, una parodia, una comedia, un drama, etc. Yo la vi como una película sobre la imaginación. Como todos los niños de su edad, Jojo vive en un mundo fantástico de batallas, soldados, pistolas, banderas y cuchillos. Un mundo en el que las cosas transcurren entre la diversión de la competencia y la certeza de que el bien saldrá derrotando al mal. Cuando Jojo le pregunta a Elsa, la joven que se esconde en su casa, dónde están los judíos, ella le responde “en tu mente”, y cuando le pide que le muestre cómo son, cómo viven y qué hacen, ella, jugando el juego de la imaginación, le dice que los judíos se cuelgan del techo para dormir, que a los 16 años les salen cuernos, y que les gusta la sangre, el dinero, las cuevas y las cosas que brillan. Con esa información, Jojo hace un libro de dibujos sobre los judíos, y cuando los esbirros de la Gestapo vienen a requisar su casa solo se convencen de que allí no hay traidores al ver ese libro con sus dibujos fantásticos.

El encanto de esta película está en que muestra cómo los nazis, que emprendieron una guerra contra medio mundo, estaban movidos por las mismas historias imaginarias de Jojo; solo que eran adultos y que su proyecto era un genocidio. La diferencia entre Jojo y los nazis no está en lo que creen (creen lo mismo), sino en que Jojo no soporta la violencia (en el campo de entrenamiento no es capaz de matar un conejo) y no la soporta porque de alguna manera Jojo distingue entre matar y jugar a matar; entre ser y fingir.

La imaginación es el rasgo más distintivo del Homo sapiens. Los humanos se inventan historias (de dioses, patrias, ideologías…) y de esa manera juntan gente y llevan a cabo grandes empresas colectivas. Ninguna otra especie animal es capaz de reunir más de 50 o 60 individuos en un proyecto común. Los humanos logran eso con millones, cientos de millones de personas. Así conquistaron el planeta. Más que animales que piensan, son animales que inventan.

La imaginación es la fuente de casi todo lo que hacemos, desde las guerras más atroces hasta el arte más sublime. Ella nos permite jugar a ser lo que no somos, a conquistar, a soñar y a reinar. El problema es que los adultos que juegan a la conquista, a diferencia de los niños, pretenden no estar jugando; no distinguen entre el hacer y el fingir y por eso terminan haciendo desastres. En este asunto, son los niños los que deberían regañar a los adultos.

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