JPMorgan no descansa en paz

Juan Carlos Gómez
27 de octubre de 2013 - 09:00 p. m.

John Pierpont Morgan (1837-1913) aún no descansa en paz.

Cornelius Vanderbilt, John D. Rockefeller, Henry Frick y Andrew Carnegie —a pesar de los abusos y atropellos que muchos les atribuyen—, de alguna manera lavaron su pasado, fueron perdonados por la historia y hoy tienen un merecido lugar como filántropos y benefactores de la humanidad, gracias a que sus nombres ya no están asociados a las bribones del capitalismo actual.

Morgan, banquero e inversionista legendario, entre finales del siglo XIX e inicios del XX amasó una de las grandes fortunas de la época y fue trascendental para el nacimiento del capitalismo financiero que convirtió a Estados Unidos en una potencia mundial. Su genio financiero estuvo detrás de la consolidación de la industria ferroviaria en ese país y de grandes fusiones que formaron imperios como General Electric y U.S. Steel y en 1904 ayudó a financiar la compra de las tierras necesarias para la construcción del Canal de Panamá.

La actual JP Morgan Chase & Co. está negociando con el Departamento de Justicia de Estados Unidos el pago de US$13.000 millones para evitar peores consecuencias y sanciones penales, a raíz de la actuación de esa firma en la venta de títulos hipotecarios, previamente a la crisis financiera de 2008.

La noticia es alentadora, pues todo parecía indicar, como se evidencia en el documental Inside Job (premio Oscar en 2011), que los culpables de esa crisis que dejó en la ruina a cientos de miles de personas no solamente volvieron como si nada al frente de las más grandes entidades financieras, sino que ocuparon después puestos claves en el gobierno.

Además de la corrupción privada, la crisis de 2008 fue el resultado de la tolerancia de las autoridades frente a ciertas prácticas y a la idea errada de que el mejor estímulo para la inversión es dejar de regular.

Los funcionarios que tienen a su cargo la vigilancia y control de la actividad económica deben tener el carácter suficiente para aplicar la ley y hacer valer el interés público, sin el falso temor de que eso ahuyenta la inversión.

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