¡Kodokushi!

Aura Lucía Mera
07 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.

Recuerdo la primera vez soltera. Hospital Psiquiátrico San Isidro. Cali.

Vísperas de Navidad. La casona vieja era un misterio. Las voluntarias no teníamos acceso. Allí permanecían los indigentes, los locos peligrosos, los viejos, los abandonados. Logré entrar con una bolsa llena de festones y bombas. Quería conocerlos y decorar un poco el recinto.

Un salón enorme y oscuro. Los camastros ocupados por hombres y mujeres de edad indefinida. Arrugas y tristeza. Miradas vacías. Olor a berrenchín... a abandono. Una mesa grande en el centro y una lámpara colgando del techo. Me senté en cada cama. Los miré a los ojos. Les tomé de la mano y les sonreí. Cada mirada cambió por segundos y vi un destello de luz iluminarlas. Bocas sonriendo, desdentadas. Un poco de calor humano recorrió el salón. Algo cambió.

Me ayudaron a subir a la mesa y me pasaban por turno los festones de colores para adornar el lugar. Escuché risas y murmullos que apartaron el silencio de la soledad. Todos dejaron sus camas y formaron un círculo. En eso entró como un rayo el enfermero jefe. Iracundo les ordenó volver a sus camastros y me bajó de la mesa gritándome que me han podido matar, que eran locos peligrosos y agresivos, que iba a reportar mi caso al director.

Salí sintiendo ese ruido infernal del silencio triste. El aroma de la muerte y la soledad. Esta experiencia única me marcó. El desamor y el abandono son los detonantes de miles de muertes. Esas muertes que a nadie importan, porque ya para sus familiares no existen.

En Japón es una epidemia. Se le llama kodokushi. Viejos y viejas que viven absolutamente solos, apartados de sus familias, sin amigos. Hombres y mujeres a quienes ya nadie llama. Que ya nadie necesita. Que el mismo Estado ignora porque ya no producen. Los encuentran muertos cuando ya los hedores alertan a la vecindad, o cuando los acreedores bancarios los buscan por sus deudas... Muchos son apenas una mancha de fluidos en el piso o el colchón, recubiertos de moscas, gusanos y larvas. Empresas especializadas limpian las casas o cuartuchos, apartan lo que es reciclable de lo desechable, si pueden contactan a algún familiar, sus restos son despedidos con un ritual y desaparecen del todo.

Ya España, Italia, Estados Unidos y Alemania tienen cientos de kodokushi. También existen las empresas que “se encargan” del muerto, de la limpieza, de la distribución de sus pertenencias y del ritual final.

Hombres y mujeres que fueron niños, crecieron, amaron, tuvieron familia, amigos, trabajaron y que al final de sus vidas se vieron expulsados sin misericordia a la soledad, a la no existencia, al desamor, hasta el punto de que solo cuando se convirtieron en fantasmas de sí mismos una empresa los recogió con respeto, ¡devolviéndoles momentáneamente su dignidad!

Posdata. Afortunadamente esta epidemia dantesca de abandono y desamor no la tenemos. El concepto de familia y amistad no ha sido arrasado por el capitalismo salvaje, que arranca el corazón para convertirlo en máquina de producir dinero. ¡No permitamos en nuestras familias que se acabe el amor!

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