La (aciaga) desaceleración de China

Santiago Villa
06 de marzo de 2019 - 05:00 a. m.

Trataré de escribir esta columna sin números, porque no quiero hablar de cifras sino retratar tres cuestiones.

La primera, sobre la naturaleza de la economía: ¿puede la riqueza salir de la nada?

La segunda, sobre el futuro de China: ¿es su estatus de gran potencia tan sólo una ilusión, al igual que lo fue la Unión Soviética durante los años 80?

Y la tercera, dado que llevamos casi una década en la que cada año se advierte sobre los peligros de la desaceleración de China: ¿habrá uno en el que podamos librarnos de columnas como ésta que usted amablemente lee y yo tozudamente escribí? 

Los observadores de la economía China se dividen en dos bandos: los que creen que la deuda es un cadáver que el gobierno central, y los gobiernos provinciales, esconden bajo la cama, pero que eventualmente se levantará como un zombi para devorarles, y los que piensan que el gobierno de China tiene suficiente campo de maniobra y poder sobre su economía para lidiar sin mayores inconvenientes con la deuda.

Me identifico con el primer bando porque mis instintos se sienten más cómodos en el mundo del sentido común y las leyes más prosaicas de la economía, que en las contorsiones, malabarismos y prestidigitaciones macroeconómicas.

La deuda pesa sobre la economía de China por la inconfesada suma de préstamos e inversiones en los que ha incurrido el país en su afán por tener, por un lado, una infraestructura incluso más desarrollada de lo necesario para sus capacidades (hay aeropuertos en pueblitos que son auténticos elefantes blancos), y por otro, una red de aliados e influencia mundial a base de inversión extranjera y créditos a gobiernos como el de Venezuela, que nunca podrán pagarle.

A pesar de la deuda, China tiene mucho a su favor, comenzando por el hecho de ser el único país del mundo en el que uno entra a un supermercado y todos sus productos son nacionales, hechos en su propio suelo. El titán industrial que es China y sus vastas riquezas naturales, que van de las cerezas al uranio, le hacen difícil caer económicamente. Sin embargo, al igual que Japón, la deuda puede convertirse en un lastre que poco a poco debilite su capacidad de crecimiento.

La Unión Soviética también era rica en industria y recursos naturales, y se vino abajo. Su problema, que China no comparte, era la incapacidad estructural para recibir inversión extranjera directa. Si bien la deuda de China es enorme, el gobierno puede hacer multimillonarias privatizaciones para equilibrar sus balances. El problema, en el fondo, sería político.

Si China tiene una salida a la mano, entonces por qué se escriben artículos y columnas que especulan con la supervivencia o caída del régimen chino y de su economía, solo porque se desacelera su economía. Quizás porque los periodistas repetimos los temas de una manera un tanto mecánica, en especial cuando otros medios están hablando sobre ellos. Más que nunca antes, el periodismo hoy es un ejercicio de iteración.

Pero habría otro motivo por el que el tema le hace cosquillitas a holgazanes como yo, y es la especulación sobre el cambio de sistema en el gobierno totalitario más exitoso de nuestros tiempos; ese cuya sola existencia cuestiona el supuesto de que la democracia es el mejor sistema para que los países salgan de la pobreza (o de que la democracia es el mejor sistema y punto). Es la pregunta de si el problema de la deuda en China causará una reacción en cadena que lleve al descontento social y al cambio de régimen. 

Difícil cuestión. ¿Hacer una ola de privatizaciones desde el socialismo o afrontar las consecuencias de mantener el control estatal de sectores estratégicos, como la banca y el petróleo?

Apostaría que China iría por la primera opción. Al fin y al cabo, ya dio un giro más radical para salvarse de la ruina socialista, cuando Deng Xiaoping optó por abrir la economía. El socialismo con características chinas daría la bienvenida a otro chorro de capitalismo corporativo sin arriesgar la hoz y el martillo, y dando un paso más hacia un estado plenamente fascista.  

Twitter: @santiagovillach  

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