La aplanadora electa

Julio César Londoño
23 de junio de 2018 - 01:45 a. m.

El país recibió la elección de Iván Duque con optimismo moderado y con un razonamiento ritual: si a Duque le va bien, al país le va bien. Quisiera pensar lo mismo. Me da igual si el presidente es de izquierda o derecha. Como a los chinos, a mí tampoco me importa el color del gato. Como cualquier ciudadano, quiero que el presidente acierte. Si se equivoca, que corrija. Si miente, que no ofenda nuestra inteligencia. Si roba, que sea en la noche y con mesura. Si trabaja, que trace sus programas con una mezcla precisa de cálculo y audacia.

No espero nada de la administración Duque por varias razones.

La número uno es la corrupción. Cuatro “Dorados” se van por este agujero negro en un año, y no se ve luz al final del túnel (ni túnel), en un gobierno comandado por Uribe, secundado por Vargas, Gaviria, Ordóñez y Opción Ciudadana, presidido por un señor del que sabemos muy poco y cuyo empalme estará en manos de Alberto Carrasquilla, quien llega, para ganar tiempo, con el inri de los Panama Papers a cuestas. Reconozco que, al menos en lo penal, el empalme va rápido.

La posibilidad de que un gobierno neoliberal, confesional, tercermundista y regresivo nos saque del premodernismo es computable en cero. Tampoco le meterá la mano al problema de la desigualdad. Nuestros dirigentes llevan décadas en la creencia de que apretando al empleado y al obrero, y favoreciendo al empresario, se crean excedentes de riqueza que chorrean, algún día, hasta la mesa del pobre. Pero los empresarios se quejan de los altísimos parafiscales y los pobres tragan saliva viendo el chorreo congelado, décadas, en altas y brillantes estalactitas.

La posibilidad de que el comandante Uribe se tome en serio la conservación del medio ambiente es comparable a la preocupación del Cartel de los Soles por las declaraciones del Grupo de Lima (o a la de Trump por las demandas de sus putas). Nota: hay que decirlo, Uribe no es el único suicida del planeta. La transparencia del aire, la pureza del agua y la sacralidad del bosque son arandelas que solo les preocupan a tres o cuatro románticos.

En materia de posconflicto, no hay que contratar videntes. El CD tiene dos alas: la radical quiere hacer “trizas y panochas” (a veces hay que sacrificar la rima) y el ala moderada, introducir “modificaciones estructurales”, es decir, “ochas y trizas”. Y ya empezaron. El lunes aplazaron la reglamentación de la JEP. No empezaron, continuaron: desde febrero de 2017 el CD viene mamándole gallo a la JEP. Primero batallaron contra el acto legislativo que le dio vida a este tribunal, luego contra la ley estatutaria que lo reglamenta y ahora contra la ley de procedimiento. Aceptémoslo, hay novedades. ¡La estrategia de su bancada el año pasado consistió en abandonar siete veces la sala al momento de las votaciones! Este año no tienen que molestarse en abandonar las muelles curules: la aplanadora electa (CD + CR + OC + los escombros liberales y conservadores + los pastores) vota en contra y ya. Pero siguen mintiendo: es falso que votaron en contra el lunes porque la Corte Constitucional no se ha pronunciado sobre la ley estatutaria. No es necesario este trámite para que el Senado apruebe la ley de procedimiento, como explicó la Corte el jueves. El león pierde el pelo, nunca las mañas.

Vaticino otro triunfo clamoroso del CD. Seguirán dilatando los trámites de la JEP hasta que logren confeccionarla a su medida y puedan introducir allí sus alfiles, y jugarán a fondo el segundo tiempo de la guerra porque la sed de sangre de los vampiros y la sed de oro de los generales y de los contratistas demandan otros 60 años de barbarie.

 

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