Ante las guerras civiles que dejaron las intervenciones estadounidenses en el Medio Oriente (Irak, Siria, Libia) y los fracasos de Sudán y Afganistán, se pensaba que estaba probado que era muy poco lo que podían hacer las potencias para transformar políticamente otros países. Que en el mejor de los casos lograba cambios de régimen, y cuando éstos se conseguían, los nuevos gobiernos eran endebles porque reposaban sobre estructuras democráticas superficiales, como en Irak y Afganistán.
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