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La avalancha del TLC

Álvaro Camacho Guizado
28 de octubre de 2011 - 11:00 p. m.

La firma del TLC ha suscitado varias reacciones, todas ellas explicables, según los intereses de quienes se expresan: que habrá ganadores y perdedores es algo en lo que cualquier analista coincide, y que Colombia cambiará en mayor o menor grado es algo sobre lo cual también hay coincidencias obvias.

Los terratenientes sienten pasos de animal grande, porque tendrán que realizar inversiones para modernizar sus aparatos productivos si quieren competir con los productos agrícolas que nos llegarán a granel. Los fabricantes de carros deberán hacer lo mismo, y además bajar precios, si no quieren que los nuevos carros gringos los saquen del mercado. Que tiemblen Kokoriko y Pollos Frisby, porque nos llenaremos de rabadillas y perniles de pollo, de modo que deberán ingeniarse nuevas fórmulas de mercadeo que les permitan subsistir. No bastará con una arremetida publicitaria del orden de “Haga patria, coma rabadillas colombianas”. Y tendremos que comer pollos criados con quién sabe qué hormonas peligrosas, saborizados con cuanto producto se les ocurra a los productores gringos. Y comeremos también unos tomates enormes, engordados a punta de químicos altamente nocivos.

Hay un punto, sin embargo, sobre el que no he visto comentarios, sean favorables o adversos. Me refiero a la avalancha de anglicismos que se nos viene encima. Si ya contamos con peluquerías que se llaman “Jahiro’s”, ahora tendremos carnicerías que se llamarán “The Happy Chicken”. Y no faltarán los vivos que, acaballados en el entusiasmo por los anglicismos, nos ofrezcan “Morci’s Delight, originated in Sutamarchán”.

Si hay tantos niños que se llaman Jonhatan, ahora tendremos otros que serán bautizados como Obama Camargo, o Barack Martínez. Ya debe existir un adolescente que se llama Clinton Jaramillo, y otro bautizado como Teelecé Suárez. ¿Por qué no, si suena tan bonito?

Si tenemos que en la puerta de entrada de algunos almacenes ponen un letrero que dice “sale”, lo que confunde a los clientes, ahora tendremos que ir de compras al Paloquemao Trade Center. En La Vega (Cund.) habrá una panadería que se llame “Resobated bread”.

No se trata de una oposición chovinista a una flexibilidad del castellano que impida su adecuación a la globalización que viene con la modernidad. Pero sí de que hagamos conciencia que el idioma es de las pocas cosas que conservamos frente a la embestida cultural colonialista que de manera creciente nos despoja de aquello con lo que nos podemos identificar.

Tampoco se trata de reivindicar lenguas vernáculas que fueron borradas por la arremetida colonial española, pero sí que nos cuidemos de hacer el ridículo.

Y paso a otro tema, ineludible: las elecciones: más allá del clientelismo local y de las ofertas de salvación que todos los candidatos ofrecen, ¿cuántos lectores saben los nombres de sus ediles? Yo sólo sé que en conciencia no puedo votar por ninguno, así cometa una injusticia con algún bienintencionado vecino dispuesto a trabajar por el barrio y por la defensa del Parque de la Independencia, asediado por una obra monstruosa. Pero sí estoy seguro de que conozco a Carlos Vicente de Roux, y sé que no me defraudará.

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