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La “ayuda” de Chávez

Ana Milena Muñoz de Gaviria
12 de diciembre de 2007 - 03:45 p. m.

El sueño bolivariano de Hugo Chávez de construir una región fuerte y solidaria en el sur de este continente ha sido exitoso en muchos países; la influencia chavista es indiscutible en Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Argentina.

En Colombia se dice que se ha involucrado con algunos dirigentes de la izquierda a los que apoya y que ha dado inicio a los comandos bolivarianos. Igualmente —lo que no es extraño para muchos— es respetado por la guerrilla, lo que permitió que a través de Piedad Córdoba le enviara a aquella un mensaje en que él ofrecía sus buenos oficios para lograr un acuerdo humanitario.

Dentro de este contexto resulta difícil entender qué llevó al presidente Uribe a entregarle al mandatario venezolano la responsabilidad de una mediación entre la guerrilla y el Gobierno para lograr un acuerdo que condujera a la liberación de los secuestrados. A pesar de la euforia y la ilusión reinantes primó la feria de las vanidades: Chávez creyó que su omnipresencia cubría también a Colombia, que era dueño y señor de Uribe y de nuestro país y que se había reintegrado la Gran Colombia con él de presidente; y Uribe claramente se equivocó con Chávez, quien hace mucho rato no sólo no es predecible sino que es francamente peligroso. Como señala la sabiduría popular, no se puede contratar a nadie que después no se pueda echar. Sin embargo en este concierto de desatinos y errores graves tampoco entiendo bien la forma en que Uribe dio por terminado el encargo a su mandatario bolivariano.

 Lo cierto es que enganchar a alguien que como Chávez lleva rato dando pruebas de estar deschavetado resulta insólito; Chávez se ha caracterizado por cazar peleas con todo aquel que de una u otra manera se aparta de sus ideas o de sus actuaciones. Es el caso del enfrentamiento con la prensa y con la SIP, con el Rey de España con las consecuentes amenazas a las empresas españolas, y aun con el presidente Bush, a quien no baja de los peores calificativos. Era entonces previsible, gracias a estos precedentes, que si así se refería al mandatario más poderoso del planeta, pudiera decir cualquier barbaridad de Uribe y de nuestro Gobierno, al que ya no baja de lacayo del imperio.

Sus improperios ya no sólo se refieren a condiciones personales, sino que se extienden a asuntos claramente internos, como es el caso de la glosa que se atrevió a hacerle a la detención que las autoridades colombianas llevaron a cabo de presuntos guerrilleros que traían las pruebas de supervivencia.

Hoy por hoy se puede decir que lo que antes eran indicios claros de una conducta sospechosa para cualquier individuo, es sintomático de una especie de locura impropia de un jefe de Estado elegido dentro de un sistema democrático. Ello se hace evidente con su tono amenazante y grosero en relación con su derrota reciente en materia de la reforma constitucional y el anuncio de llevarla a cabo por cualquier medio. Con esta actitud no es difícil aventurarse a pensar que el futuro democrático del vecino país no pinta bien y que los venezolanos sufrirán en carne propia las consecuencias que ya empiezan a sentirse a través del desabastecimiento, de la incertidumbre, de la discriminación y del temor.

Por toda esta experiencia vivida, creo que a pesar de que lo más importante es conseguir la liberación de los secuestrados, sus familias no deberían seguir insistiendo, como lo han venido haciendo, en invocar la “ayuda” de Chávez, pues puede resultar altamente peligrosa para todos. Por ello también debemos todos los colombianos abandonar nuestra indiferencia y unirnos a los esfuerzos de quienes luchan por que regresen a sus hogares quienes hoy se encuentran en esa situación y cese para siempre una práctica que nos avergüenza como colombianos.

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