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La cancha: el espejo

Armando Montenegro
28 de noviembre de 2007 - 10:52 p. m.

La manera de jugar fútbol revela rasgos de la personalidad de quienes lo practican, y de paso de las sociedades de las que hacen parte.

Mientras los equipos europeos son superorganizados, con gran físico y una enorme disciplina táctica, los latinos, con grandes individualidades, confiados en la inspiración de sus estrellas, tienen una cohesión colectiva menor. El juego rítmico de los brasileños recuerda la cadencia de la samba; el fútbol agresivo de los ingleses satisface la necesidad de estímulos fuertes de sus hooligans; la recia disciplina de los alemanes deja poco campo a las individualidades y el tesón de los paraguayos evoca la "furia" guaraní.

¿Qué dice de los colombianos la forma de jugar de sus equipos? Hasta hace algunos años, reflejaba la convicción de que el triunfo era inalcanzable (durante mucho tiempo, un simple empate, contra la Unión Soviética, fue una gloria nacional). Al terminar los partidos, muchos memorables, se decía: "Jugamos como nunca y perdimos como siempre". Y después, esta misma idea se expresó en los lastimeros gritos de los locutores que proclamaban: "Nos faltaron cinco centavos para llegar al peso".

Otro rasgo de la cultura del fútbol nacional es la añoranza de El Dorado, la creencia de que todo pasado fue mejor; una muestra del romanticismo nacional. Primero, El Dorado de Di Stéfano y Pedernera, y luego, el de El Pibe y sus muchachos. Con la vista atrás, en el pasado, el presente se vuelve estéril, cunde la desesperanza, se desprecia lo que se tiene.

Más adelante, con la decadencia de los equipos de Maturana, se cayó en un fútbol lento, saturado de pases laterales, sin profundidad. Era, sin duda, una manera de llevar a la cancha la tradicional "echadera de paja", la retórica inútil, los adornos vacíos de las intervenciones públicas y privadas. Los políticos colombianos, ricos en vanas pirotecnias verbales, rara vez dejan reformas y obras duraderas. El abuso del "toque-toque" puede ser la somatización futbolística de lo que ocurre en la vida pública colombiana (donde, claro, "de aquello, nada").

La selección de Pinto también hace pensar: la "embarra" en el primer tiempo para luego tratar de producir un milagro en el segundo. Al comienzo de los partidos con Venezuela y Argentina el equipo parecía acomplejado, engolosinado con los pases laterales, sin ambición de triunfo. Pero cuando todo parecía perdido, cuando el equipo estaba humillado, salió la garra y el entrenador hizo los cambios necesarios para atacar. Rocky Valdés, hace años, lo decía: "sólo cuando me dio en la cara me cabrié y le tiré a tumbarlo".

¿Por qué le falta combatividad a la selección Colombia? Un profesor norteamericano señalaba que la causa, paradójicamente, era la misma violencia: los colombianos, según él, por vivir en un medio tan conflictivo, son demasiado gentiles y amables; se cohíben de ser combativos, entre otras esferas, en la del deporte (es un mecanismo inconsciente para no provocar reacciones peligrosas). Pareciera que a nuestros jugadores les da pena atacar, mostrar agresividad, imponer su deseo de ganar (su berraquera aparece únicamente cuando están heridos, contra la pared). En otras latitudes, en cambio, los jugadores no se inhiben en lo absoluto a la hora de mostrar, de entrada, su combatividad y para hacer valer sus ganas de triunfar, de golear al contrario; claro, en el ambiente reglado y contenido del estadio.

Falta ver qué tipo de juego tendrá la selección Colombia después de que en junio se reanude la eliminatoria. Ojalá que en lugar de seguir siendo un mero reflejo de los temores e inhibiciones de sus fanáticos, en la cancha el equipo pueda alcanzar, como en Argentina, una proyección de lo que sus hinchas siempre han querido ser: los mejores del mundo.

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