Sirirí

La capital de la alegría

Mario Fernando Prado
29 de diciembre de 2017 - 03:00 p. m.

Pese a las múltiples vicisitudes que afligen a Cali, se celebra por estos días, contra viento y marea, la versión número 60 de su emblemática feria que paraliza la ciudad de más de 2’300.000 almas, siendo totalmente imposible abstraerse a esta fiesta de la alegría, el goce y la hospitalidad.

La figura principal es sin duda la salsa, ese bailoteo que pone a contonear la cintura y a mover piernas y brazos y pies y manos al son de una música tan pegajosa como exultante.

Por unos pocos días se tratan de olvidar o, mejor, posponer penas y dolores; las calles se infartan y colapsan traviesamente cuando la música invade hasta los templos y los camposantos, bailan al unísono choferes del MÍO, ancianos venerables, gays, damas desconectadas y toda una fauna que pareciera olvidar su condición social y se entrelaza en ese lenguaje maravilloso que es el ritmo y la cadencia.

Y es que los caleños tenemos ese “no sé qué” que cautiva e invita a la amistad, al saludo guapachoso, al abrazo informal y hasta el beso furtivo con todas sus consecuencias posteriores.

Cali canta y encanta: en sus barrios populares no se cierran las puertas de las casas y desde muy temprano resuenan los parlantes que no se han callado desde la noche anterior. Hay un ambiente sano de interminable jolgorio y pareciera que una anestesia especial hubiera llenado los corazones de amor y de perdón.

La Feria de Cali es un evento gratuito en un 95% y paralelo a la programación oficial hay temporada taurina, presentación de reputados artistas internacionales y otros eventos colaterales, que atraen a cientos de turistas que se deslumbran con el salsódromo y ese aire que se respira, en el que no faltan los olores del fogón tradicional preñado de los sabores ancestrales del Pacífico y de las cocinas caucanas.

Pareciera que hubiese una orden suprema en torno a dejar las caras tristes y mostrar y demostrar una alegría amistosa y sincera. No en vano alguna de nuestras melodías más recurrentes dice que aquí “nadie es extraño ni ajeno…”.

 

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