La cara maluca del mundo de los libros

Claudia Morales
24 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

El cantautor Joaquín Sabina afirmó: “Para mí, que me dan miedo muchas cosas, justo el confinamiento no, porque tengo muchos libros… hace muchísimos años que ya no estoy solo, desde que aprendí a leer”. La declaración está en un video del Instituto Cervantes que, en España, está promoviendo la campaña #LaLibertadEsUnaLibrería.

La de Sabina es una de las muchas verdades de quienes sentimos el placer por los libros. No es loco decir que somos capaces de declararle el amor a un título, a un autor, a un fragmento de una novela o a un poema, y eso nos convierte en unos enamorados irremediables y, también, en personas más conscientes de quiénes están detrás de la cadena del libro.

El aislamiento obligatorio llevó a los lugares del encierro la sensación de melancolía por no estar cerca de un objeto preciado como un libro, o la satisfacción de sumergirnos en una biblioteca empolvada con lomos susurrando: “Pst, ahora sí tendrás tiempo para leerme”. ¿No es eso hermoso? Claro, y es el lado romántico de una moneda que en la otra cara muestra una realidad menos amorosa.

Esa es la vieja cara que nadie quería ver: el olvido absoluto que sufren las librerías y las editoriales independientes en las regiones. El 6 de abril, la Asociación de Librerías Antioqueñas le envió a la ministra de Cultura, al viceministro de la Economía Naranja y a la Alcaldía de Medellín, entre otras autoridades, una carta en la que expuso su situación, que resume la de los libreros del país, y pidió fórmulas para restablecer los ingresos. “Hay que encontrar soluciones a fondo para toda la industria cultural, no solo para las librerías”.

Gloria Melo, librera hace 26 años en Al pie de la letra, en Medellín, y firmante de la carta, opinó en el podcast Árbol de Libros: “El decreto que sacó la ministra de Cultura para ayudas en ningún momento menciona a los libros ni a las librerías”. Y agregó: “Nosotros no estamos pidiendo limosna. Pedimos que no se gasten todo el presupuesto en Bogotá, que compren en las regiones, que se den cuenta de que existimos, porque para el Gobierno no existimos”.

En el mismo podcast, Lucía Donadío, editora, escritora y dueña de Sílaba editores, aseguró: “Como gremio estamos solicitando al Gobierno que en las compras públicas para las bibliotecas y colegios nos tengan en cuenta. Siempre están destinadas a las grandes editoriales y las demás tenemos un margen muy pequeño en esas compras. Los nuestros son libros colombianos, de autores nuestros, nuestra variedad es muy grande”.

Según un informe del año 2017 de la Cámara Colombiana del Libro, con datos del 2014, en Colombia había una librería por cada 112.917 habitantes. También en 2017, la entidad estimó que en el país había 35 editoriales independientes (Caracol Radio, 05/05/2017). Que no existan datos actualizados de las librerías y las editoriales creadas en los últimos seis años es otro indicador de la poca importancia hacia el sector y de la pobre gestión de las autoridades que trabajan alrededor de la cadena del libro.

La cara maluca del mundo de los libros también la tienen los otros sectores de la cultura en Colombia. No hay políticas públicas, pero sí hay, en cambio, una aterradora negligencia que menosprecia, no ahora, siempre, la intención de ser una mejor sociedad a través de las artes.

Posdata. La ministra de Cultura y el viceministro de la Economía Naranja no contestaron la carta de los libreros. La Secretaría de Cultura de la Alcaldía de Medellín sí les propuso estrategias de ayuda.

@ClaMoralesM

*Periodista.

 

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