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La cobardía de los matones

Piedad Bonnett
07 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

En conversación privada con los gobernadores norteamericanos, a raíz de los disturbios que provocó el asesinato de George Floyd a manos de un policía, Trump los llamó “débiles” y los retó: si no usaban “mano dura” serían vistos como “una manada de idiotas”. Por otra parte, el lunes pasado, cuando una multitud se congregó frente a la Casa Blanca para mostrar su indignación, Trump les mandó encima a cientos de policías que usaron gases, balas de goma y bolillos para dispersarlos. Lo que se descubrió luego era que el presidente necesitaba caminar hasta la iglesia de St. John, y necesitaba despejado el camino. El viernes anterior lo habían tenido que recluir en el búnker de la Casa Blanca para protegerlo de los manifestantes, una noticia cuya divulgación el mandatario resintió. El periodista Sergio Gómez Maseri explica que, “según fuentes, el presidente sintió que lo hacían ver débil, y por eso quiso dar ese golpe de mano en St. John”. Debilidad es lo único que el presidente no querría mostrar. Por eso mismo, según se dice, no ha querido usar tapabocas durante la pandemia.

Por otra parte, Derek Chauvin, el policía que asfixió a Floyd descargando el peso de su rodilla sobre su cuello, no sólo desoyó las protestas de los testigos de su infamia y la petición de los mismos de que lo liberara, sino que se dio cuenta de que lo estaban grabando. Lo que hacía, entonces, al persistir en su sevicia, era exhibir su fuerza frente a la mirada de los demás, para demostrar quién era el débil y quién el verdadero dueño del poder.

La actitud de estos dos personajes puede leerse en primera instancia como manifestación de prepotencia: “aquí el que manda soy yo”. Pero también como un alarde de “hombría”, entendida como agresividad, exhibición de poder, impasibilidad y deseo de generar admiración en los demás. “Algunas formas de «valentía» —escribe Pierre Bourdieu— las que exigen o reconocen los ejércitos o las policías (…) encuentran su principio, paradójicamente, en el miedo a perder la estima o la admiración del grupo, de «perder la cara» delante de los «colegas», y de verse relegado a la categoría típicamente femenina de los «débiles», «los alfeñiques», las «mujercitas», los «mariquitas», etc. La llamada «valentía» se basa por tanto en una especie de cobardía (…) en el temor «viril» de excluirse del mundo de los «hombres» fuertes, de los llamados a veces «duros»”.

Es claro que muchos norteamericanos rechazan la actitud belicosa de Trump, que equiparó lo que está sucediendo con una guerra. Hasta un consejero republicano, Brendan Buck, opinó que “el presidente usó la fuerza contra ciudadanos estadounidenses no para proteger edificios, sino para calmar sus inseguridades”. Pero falta ver si la incitación a la violencia de ese matón de barrio —que se atrevió a decir que “cuando empieza el saqueo empieza el tiroteo”— es suficiente para barajarle el triunfo en las elecciones presidenciales. Recordemos que, como señala E. Badinter, fue Estados Unidos el que consagró el arquetipo del macho, del cowboy a Rambo. Ojalá la muerte de Floyd sirviera para frustrar el triunfo del fanfarrón de Trump, y en cambio pudiéramos ver a la magnífica Michelle Obama como vicepresidenta de Joe Biden.

 

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