Atalaya

La colombianización de las empresas

Juan David Zuloaga D.
21 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.

Siempre me ha llamado la atención el hecho de que las empresas extranjeras que llegan al país aprenden con rapidez los vicios de la cultura colombiana y sin embargo no se les pega ninguna de las virtudes de aquí.

Las compañías que vienen pronto aprenden la indolencia, la mediocridad, la falta de miras, el irrespeto por el cliente y, sobre todo, el no querer hacerse responsables de sus productos, pero rara vez se les contagia la jovialidad, el buen trato, la generosidad. Yo supongo que ese fenómeno es lo que en la jerga de los negocios denominan “cultura empresarial”.

Ya le habrán venido al lector miles de ejemplos a la cabeza, pero lo que me ocurrió hace unos días ilustra con tristeza la manera en la que los vicios se impregnan al pisar suelo colombiano mientras que las virtudes las dejan las empresas en la casa matriz.

Hace unos meses compré en una oficina de Tigo (con quienes entonces tenía mi plan de telefonía móvil) un teléfono Huawei. Tuve tan mala fortuna que, a los meses de comprado, le salieron al teléfono unas manchas en la pantalla y a causa de éstas se fisuró. Como aún estaba dentro del plazo de la garantía lo llevé a la oficina de Tigo donde lo había comprado. Lo primero que hizo el asesor fue decirme que debería llevarlo a la oficina de Huawei, dando a entender que no les interesaba el reclamo y queriendo desembarazarse del asunto. Aduje que lo había comprado en esa oficina y me lo recibió de mala manera.

Tras la burocracia del caso, me entregó un certificado (después de haberlo tenido que solicitar) en el que decía que el teléfono estaría listo en tres días hábiles. Doce [sic] días hábiles después y tras muchas llamadas a las centrales de Tigo para averiguar por mi teléfono, me lo entregaron de vuelta con idéntica fisura y con las mismas manchas en la pantalla, sólo que ahora éstas eran más grandes.

Durante esos días no recibí una llamada de Tigo ni de Huawei para saber del estado de mi teléfono y, por supuesto, no me ofrecieron un aparato de reposición. Me dejaron sin teléfono durante casi dos semanas, perjudicando a un usuario de manera lamentable, no sólo porque éste se ha hecho indispensable, sino porque en mi caso es además herramienta principal de trabajo.

Sería injusto decir que en todo ese tiempo en el que tuvieron mi teléfono no hicieron nada, además de agravar el daño que el aparato presentaba. Claro que hicieron: borraron toda la información de mi teléfono y de la cuenta de correo asociada y estuvieron buscando excusas para no responder por una garantía que la compañía ofrece al comprador.

Decía que me causa admiración la manera en la que a las empresas se les pegan los vicios nada más pisar el suelo patrio, en este caso el haber perfeccionado hasta el cinismo el arte de buscar excusas y de poner peros. Es de lamentar que la empresa que vendió el producto no se haga responsable, en Colombia, de un compromiso que adquirieron con el cliente. Me atrevo a pensar que en la China que fundó Mao Tse-Tung y que hoy dirige Xi Jinping hay menos campo para las disculpas.

@Los_atalayas, atalaya.espectador@gmail.com

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