La comedia diplomática

Daniel Emilio Rojas Castro
16 de julio de 2019 - 05:00 a. m.

Washington está jugando una comedia diplomática peligrosa, que le resta credibilidad y pone en riesgo la seguridad de millones de personas dentro y fuera de los EE. UU.

Más comedia que estrategia, pues mientras le tiende la mano a un financiador del terrorismo sunita como Arabia Saudita (cuya participación financiera en los atentados del 11 de septiembre no ha sido completamente desmentida), amenaza con bombardear a Irán, uno de los pocos países que combatió eficazmente a Al Qaeda y al Estado Islámico, y que, contrariamente a Israel o Corea del Norte, aceptó las condiciones para desarrollar un programa nuclear civil vigilado por los occidentales.

No voy a hablar del retiro estadounidense del acuerdo nuclear iraní (JCPOA), que marca el inicio del aumento de la tensión entre Washington y Teherán, ni sobre el despliegue de los bombarderos B-52 y de 1.500 soldados adicionales ordenado en las últimas semanas por el presidente Trump en el golfo Pérsico; tampoco me referiré a las bases militares estadounidenses que están en Georgia, Irak, Kuwait, en la costa occidental del golfo, en el mar Arábigo, en Pakistán, Afganistán, Tayikistán y Kirguistán, y no hablaré del incidente del navío petrolero japonés Kokuka Courageous atacado en el estrecho de Ormuz, pues la compañía encargada de operarlo declaró que el equipaje sólo vio un haz de luz que podía ser un proyectil y no un comando iraní de Guardianes de la Revolución instalando —o desinstalando— minas del casco del barco (como dejó entenderlo el portavoz del Comando Central del Ejército de los EE.UU.). Quiero referirme sólo al incidente que condujo al presidente Trump a ordenar los bombardeos contra radares y defensas antiaéreas iraníes que, horas después, fueron cancelados por el mismo mandatario.

En la madrugada del 20 de junio, en el estrecho de Ormuz, cuerpos de los Guardias de la Revolución Islámica derribaron un dron de vigilancia marítima extendida RQ-4A Global Hawk estadounidense con un misil tierra-aire. Los oficiales iraníes aseguraron que el dron violó el espacio aéreo de su país, mientras los estadounidenses sostuvieron que el aparato se encontraba en el espacio aéreo internacional. Es probable que durante la misión que efectuaba, el dron estuviera en comunicación con un Boeing P-8 Poseidon de la Fuerza Aérea de los EE. UU., que también habría violado el espacio aéreo iraní. Tras el derribo, y aconsejado por John Bolton, Mike Pompeo y Gina Haspel, el presidente Trump ordenó un bombardeo contra Irán, que fue cancelado minutos antes de efectuarse para «salvar 150 vidas» y abrir la puerta a un diálogo sin precondiciones con el presidente Hassan Rouhani o el líder supremo Ali Khamenei (hay que decir que ninguno de los aliados europeos de los EE. UU. aceptó facilitar ese diálogo). 

Varios hechos siguieron aumentando la tensión entre los dos países tras el derribo del dron: Irán sobrepasó la cuota de enriquecimiento de uranio aceptada en el JCPOA (algo que viola parcialmente el acuerdo, pero no constituye una amenaza militar para ningún país); un petrolero iraní de pabellón panameño sospechoso de proveer combustible a Siria fue detenido a la entrada del Mediterráneo, y a petición de los EE. UU. se efectuó una reunión a puerta cerrada del Consejo de Seguridad de la ONU.

Sería inútil querer comprender esta crisis sin tener en cuenta el problema militar y tecnológico. El golfo Pérsico tiene una superficie de 251.000 km2 y el RQ-4A Global Hawk puede almacenar datos fiables de 100.000 km2 en un sólo día de navegación. Con o sin violación del espacio aéreo iraní sobre el estrecho de Ormuz, el hecho de que un arma semejante recorra los territorios fronterizos de Irán representa una amenaza directa para su soberanía (sin hablar del Boeing P-8 Poseidon, del que hasta ahora no sabemos prácticamente nada).

También sería inútil no advertir que la cancelación del ataque fue tan contraproducente como el hecho de haberlo ordenado. La impresión de que la política exterior del presidente Trump está hecha de declaraciones y acciones erráticas, que restringen el margen de maniobra del que había disfrutado la diplomacia estadounidense, es demasiado evidente para los altos funcionarios del Departamento de Estado y para los aliados tradicionales de los EE. UU. Al ordenar el ataque, el presidente Trump y los halcones se distanciaron de la Unión Europea en el tratamiento del dossier iraní; al cancelarlo, les dieron razón a los israelitas que ven en él un líder sin determinación que a menudo es víctima de su propia ignorancia. Si obligar a Irán a eliminar su programa de desarrollo nuclear permite demostrar que la hegemonía global de los EE. UU. no ha desaparecido, hay que preguntarse qué ventaja estratégica concreta se obtuvo al ordenar el ataque, al cancelarlo y al anunciárselo a la opinión internacional. 

Un ataque aéreo contra Irán sólo sería eficaz en el marco de un plan más amplio de desestabilización de la sociedad y el gobierno para desencadenar una movilización social que contribuya a derrocar al régimen. Sin embargo, en Irán, país cuyo sentimiento nacional está profundamente vinculado a la experiencia de la guerra entre Irak e Irán (en la que Washington participó como aliado de Saddam Hussein), el patriotismo que despertaría una acción militar de los EE. UU. se traduciría en un apoyo incondicional al gobierno antes que en una revuelta popular en su contra. Como ha sucedido en los últimos años, las sanciones estadounidenses han provocado exactamente lo contrario de lo que esperaban obtener: no han ayudado a empoderar la oposición interna y, en cambio, han fortalecido a los sectores más conservadores y radicales.

¿De qué sirvió toda esta comedia en la que EE. UU. hizo gala de su poderío sin un objetivo diplomático preciso? Además de confirmar que es imposible negociar (y confiar) en una administración republicana, creo que no sirvió de prácticamente nada. En lo inmediato, es probable que los verdaderos vencedores de este nuevo pulso internacional sean Rusia y China, pues frente a las amenazas de uso de la fuerza contra Irán, van a profundizar sus relaciones con el país y a establecer alianzas estratégicas para quitarles terreno a los EE. UU. en el Medio Oriente y Asia central.

 

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