A la Corte, ¿otra vez?

Lorenzo Madrigal
06 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.

Muy raro que la suerte de la Ley Estatutaria de la JEP vuelva a quedar en manos de la Corte Constitucional, aunque ahora falla sobre una votación en el Congreso, con la facultad implícita de decirles sí o no a las objeciones presidenciales, que quedan francamente en vilo.

Las cortes son por lo general dueñas de una máxima ponderación y equilibrio. Pero es conocido que un sentimiento contra el expresidente Uribe, por los atropellos de su gobierno, podría estar obrando en la mente de más de un magistrado de la Justicia. Y se sabe que no hay mucha distancia entre Uribe y el presidente Iván Duque. Gran riesgo corren, por lo tanto, los reparos presidenciales, si no quedan con este traslado a la Constitucional definitivamente hundidos.

Ajetreado y divertido, por lo demás, fue el trajín de las objeciones en la plenaria del Senado. Una especie de vista aérea era lo que nos ofrecían las cámaras sobre la cabeza bien rapada del senador Roy Barreras, en su variopinto look, con que marea a los dibujantes. Por aquí y por allá, “siempre en ágil, continuo, movimiento”, da instrucciones, protesta contra el dominio de la sesión por su adversario, el mil veces ofendido presidente de la corporación, Ernesto Macías.

El debate fue acalorado, como es acalorada la tremenda división del país, que, según le escuchamos en la Feria del Libro a Juan Esteban Constaín, es un remedo de la que se vivió en los más apasionados años del siglo XX.

En aquel entonces, y entre muchos temas ideológicos, Gómez defendía el Concordato en manos de Echandía (el Echandía-Maglione) aupado por López Pumarejo, cuando la iglesia era tema de controversia política. Gaitán lanzaba sus gritos de “¡a la carga!”, vocablo que se volvió inofensivo, pero de todos modos fusilero. A la hora de un estallido como fue el 9 de abril, jefes de partido, desde Radio Nacional, agitaban el desorden con el falso anuncio de jefes conservadores colgando de los faroles de la Plaza de Bolívar (había faroles). Derivó todo en la gran violencia, así llamada, la de los 300.000 muertos. Siguió una subversión constante, a la que hoy se refieren noveles historiadores como una guerra de 54 años, término y duración que, sin más, han hecho carrera.

Mucha animosidad se vio en las sesiones del Congreso de estos días, pero de menos peligrosidad, por cuanto lo de antes iba acompañado de armas en las curules, como la que se accionó contra el representante Jiménez, liberal interpelante, por una ofensa de honor que profirió contra su colega, el conservador Castillo Isaza.

Lo de ahora terminó con un acuerdo para no repetir una votación, cuyos resultados fueron de aquellos en que todos ganan y sólo la Corte va a dilucidar y muy probablemente a hacerle inocua al primer mandatario su facultad de objetar la ley como punto final para su expedición.

 

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