La Navidad en Islandia se celebra de una forma muy particular. Además de la tradicional cena navideña y la ceremonia religiosa para los creyentes, es costumbre pasar la Nochebuena leyendo en familia. La “Inundación del libro de Navidad”, como se conoce este evento, consiste en regalar o intercambiar un libro y quedarse la noche del 24 de diciembre leyendo en grupo algunos de los libros recibidos.
Esta costumbre, como toda costumbre, no nació de la nada. Islandia, además de tener una amplia tradición literaria, pasó por un momento de austeridad durante la Segunda Guerra Mundial en donde el papel fue uno de los únicos bienes importados. Y así, por necesidad, por tradición o por gusto, la costumbre de leer ha hecho que desde septiembre la industria editorial islandesa se concentre en producir libros para Navidad.
En Colombia, el discurso alrededor de la lectura se ha vuelto estático. Se dice “hay que leer”, como si leer cualquier cosa fuera a sacarnos a todos de la ignorancia y por ende de la pobreza y la violencia. Pero como lo dijo el hombre del futuro en la Utopía de un hombre que está cansado de Borges: “La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios”.
La historia de Islandia, como sucede con muchas de las historias de países desarrollados, seguro fascinará a varios colombianos. No falta el que ahora promueva que el 24 de diciembre, en lugar de rezar la Novena, nos sentemos todos a leer otras historias, mitos y ficciones. Pero no estaría mal importar el espíritu de la idea. Regalar un libro implica no solo ofrecer acceso a un pedacito de mundo, sino también el esfuerzo de pensar en la otra persona. Un libro tiene que encajar al alma como el vestido al cuerpo. No todos los libros le sirven a todo el mundo, ni le sirven en todos los momentos de su vida. Y solo el acto de pensar con cuidado en el espíritu de los otros nos ayudaría a ver, y quizá a valorar, a muchos seres queridos que en el trajín del diario damos por sentado.