La crisis climática es más grave y urgente que lo que dicen los medios y los científicos

César Rodríguez Garavito
08 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Algunos lectores me han preguntado por qué estoy insistiendo en la crisis climática en esta columna. Aprecio la observación y tengo, por ahora, dos respuestas.

La primera es que el calentamiento global no es un problema como cualquier otro. Es el problema que envuelve a todos los demás. Como escribió David Wallace-Wells en El planeta inhóspito, “el cambio climático no es un reto más para un planeta que ya sufre guerras, desigualdades indecentes y muchos otros. Es el escenario en el que todos esos retos tienen que ser enfrentados —una esfera total que literalmente contiene todos los problemas futuros y todas las posibles soluciones a ellos”.

Esto no significa que esos otros retos no sean importantes o urgentes. Pero las manifestaciones recientes de la crisis climática —los incendios en la Amazonía y California, los huracanes más frecuentes y voraces en el Caribe, la migración masiva de campesinos arruinados por las temperaturas en aumento en Centroamérica— han puesto de presente que lo que antes llamábamos “ambiente” no es solo el “medio” de los dramas humanos, sino una parte integral de ellos, sin la cual no pueden ser resueltos. De modo que no se puede pensar la política, la economía, la cultura, los derechos ni las demás creaciones humanas sin tener en cuenta sus condiciones de posibilidad climáticas y ecológicas en general. De ahí el esfuerzo en esta columna por vincular explícitamente las primeras con las segundas.

La segunda razón para martillar en el tema es que sigue recibiendo una atención minúscula en comparación con la escala y la urgencia del reto. A pesar de proyectos loables de medios como The Guardian, la crisis climática tiende a ser cubierta como un asunto más, confinado a las secciones ambientales de las noticias. Pese a que los especialistas se pronuncian en términos cada vez más categóricos —como lo hicieron esta semana 11.000 investigadores que declararon la existencia de una emergencia climática—, el tono dominante en los medios y los informes científicos más influyentes tiende a ser mucho más complaciente que lo que exigen la dimensión y la urgencia del problema.

Hay razones profesionales que explican, pero no justifican, esa complacencia. Para evitar ser tildados de alarmistas o partidistas, los científicos tienden a endosar posiciones de consenso que inevitablemente son el mínimo común denominador entre diagnósticos distintos de la crisis. Ese consenso termina subestimando la gravedad de la situación, como muestran los científicos Dale Jamieson, Michael Oppenheimer y Naomi Oreskes en un libro reciente. Una aversión profesional similar lleva a los periodistas a escribir sobre los escenarios menos catastróficos, en lugar de concentrarse en los más probables, como ha mostrado Wallace-Wells.

Mientras que la crisis climática sea tratada como un problema más, y los profesionales de la ciencia y la comunicación sigan subestimándola, habrá que escribir y hablar todo lo posible sobre ella. A eso estaré dedicado.

 

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