No se trata de entrar en la discusión de si el alcalde saliente de Bogotá, Enrique Peñalosa, fue bueno o malo. Otros ya harán el balance de sus logros, aunque sí hay que decir que la movilidad sigue tan mala que cada día es más difícil circular por Bogotá; que la inseguridad está cada día peor, hasta el punto de que no hay ciudadano que alguna vez no haya sido atracado, así cojan a los atracadores, que más tardan en ser atrapados que en ser soltados para que continúen con sus fechorías; que los huecos de las calles cada día aumentan en número y tamaño.
Todo lo anterior puede servir como aporte para ayudar a juzgar la alcaldía que terminó, que se caracterizó por un alcalde convencido de que lo que él piensa es palabra divina y que consideró que educar es imponer sus convicciones a los demás a las buenas o a las malas, sin discusión. Por eso inventó el ridículo día sin carro que nada aporta y sí perjudica, o las ciclovías nocturnas que cierran la ciudad sin objeto aparente.
La alcaldada final fue permitir la omisión del llamado pico y placa a quienes paguen una suma considerable, es decir que es una medida elitista que favorece a los más ricos. Igualmente quitó la exención a los carros blindados, olvidando que quien blinda un carro lo hace no para saltarse el pico y placa, sino porque como las autoridades no garantizan la seguridad a los ciudadanos, tienen ese medio de protección. Al quitar el permiso de circulación a los carros blindados, como las preocupaciones de seguridad no permiten el uso de transporte diferente, lo que hacen es encerrar injustamente a un porcentaje significativo y productivo de la población.
Todo lo anterior es tema de reflexión para la nueva alcaldesa.