La derrota

Santiago Gamboa
07 de octubre de 2017 - 01:58 a. m.

Las duras lecciones de la vida llegan a veces a través del azar, como en esta semana, cuando la selección nacional de fútbol fue derrotada por una increíble mala suerte, dos rebotes producto del cansancio y los nervios, un portero como David Ospina, que nunca falla, depositando un regalo a los pies de unos delanteros rivales que ya no creían en la victoria, y así, no sólo se anuló el bonito gol de Falcao ante un pase que fue de Chará pero que parecía de Messi, sino que todo el trabajo, una larga campaña por llegar al mundial de fútbol, quedó comprometida, en vilo, con muchos mordiéndose las uñas, otros buscando culpables y envenenando aún más el ambiente, o haciendo cuentas, calculadora en mano, y todos con esa extraña sensación de tristeza y vergüenza ajena que produce el haber sido feliz por unos minutos, para después perder, quedar detrás de un vidrio y ver que del otro lado, inalcanzable, se esfumó nuestro anhelo.

No recuerdo cómo fue en el mundial pasado, pero la verdad es que Colombia ya nos tiene acostumbrados a esto que podríamos llamar la inminencia del cataclismo. De hecho, el país entero vive bajo esta especie de sufrida suerte, en la que las cosas buenas nunca acaban de llegar del todo, sino que golpean en el palo. Alguna vez escribí, hace siglos, que Colombia era el país del tiro en el palo, ¡cuando lo más difícil es pegarle al palo! El proceso de paz, que empezó siendo entre el estado y la guerrilla, hoy es entre el gobierno y la oposición. Como si Uribe y los suyos, de pantaloneta y tenis, estuvieran metidos dentro del arco para no dejar que Santos gane la partida definitiva de la paz, pues ellos creen que con la pacificación del país el único ganador será Santos y no Colombia. No se han dado cuenta, de tanto saltar y dar patadas, que la paz también los incluye a ellos, paradójicamente. Al mismo Uribe, con sus miles de hectáreas fertilizadas con riegos pagados por el Estado A sus multimillonarios hijitos, enriquecidos por los favorecimientos que milagrosamente, como de la nada, surgían de su propio gobierno, y que tenían reuniones sociales, pero sólo para charlar, con gente tan simpática y respetable como los emisarios de Odebrecht y los Nule en Panamá.

Tiros y tiros en el palo, y lo más increíble es que, aun así, el país progresa lentamente. Con una clase política degradada y grosera oponiéndose al hecho más importante de la vida del país en su historia reciente, con una corrupción que resultó ser el rubro más caro en los gastos del Estado (¡no era la guerra!), y sin embargo la vida sigue, las cosas se mueven. La unión entre Claudia López, Robledo y Fajardo obtiene cada vez más simpatías entre el electorado. Fajardo, en solitario, se consolida como el líder de las encuestas, tanto que Uribe ya salió a la plaza pública a insultarlo, a decir que es un terrorista. Poco a poco el país cambia. El tiro en el palo impide ganar inmediatamente, sí, pero una extraña lógica humana va imponiéndose. Gente como Uribe, que concibe la política en términos mafiosos, serán retirados por un viento refrescante que nos llevará hacia otras caras, hacia otros debates. Y el país, que nunca acabó de ganar sus partidos, mostrará que muy en el fondo tampoco fue derrotado.

 

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