La desconexión

Luis Carlos Vélez
28 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

Celebrar lo que está ocurriendo en Chile es la negación de que el modelo económico de ese país es una de las hojas de ruta más exitosas de la región; asegurar que las medidas tomadas por el presidente Piñera son la confirmación del fracaso económico de ese país es desconocer que las acciones del mandatario son más de forma que de fondo. Me explico.

En 1990 Chile tenía un índice de pobreza del 40 %, hoy es menos del 8 %. Desde el regreso de la democracia, la economía chilena ha logrado avanzar en términos de producto interno bruto y ahora ocupa el tercer lugar en América Latina, solo después de Uruguay y Panamá, con US$15.777 por habitante. Su futuro también es emocionante. Para 2022, el Fondo Monetario Internacional estima que Chile sea el primer país de la región en superar un PIB per cápita en términos de paridad de compra superior a los US$30.000, lo que ayudará a rebajar su tasa de desempleo, estimada actualmente en 7 %, una de las menores en la región. Así muchos quieran incendiarlo, los números confirman que efectivamente Chile es el milagro económico de Suramérica.

Obviamente las cosas son susceptibles de mejorar. Chile es un país de ingreso alto, pero de elevada desigualdad, aunque sin llegar a los niveles de Brasil, Colombia o Paraguay. Al igual que en Colombia, los conglomerados económicos y las élites políticas son pequeños círculos extremadamente difíciles de romper. Su presidente, de hecho, es un millonario convertido en político.

Entonces, ¿qué está pasando? Varios analistas chilenos, entre ellos el académico Carlos Peña, rector de la Universidad Diego Portales, señala que hay un rompimiento entre los más jóvenes del país y sus líderes políticos. En entrevista al canal T13, el abogado aseguró: “Estamos en un momento de convulsión generacional. La generación que nació en los años 90 es una que tiene la sensación que lo que ellos sienten como certeza subjetiva de lo que es verdadero o correcto es un principio válido de acción social sin ninguna deliberación”.

Pero, como en todo conflicto comunicacional, el problema no solo es de quien recibe el mensaje, el caso de los más jóvenes, sino que también es de quien lo envía, es decir, los dirigentes. Algo muy malo están haciendo los mandatarios que no han podido incluir a nuestra generación en una conversación sobre desarrollo, necesidades y futuro. Tratarlos como un problema y no como parte de la solución solo crea una muralla, que es explotada por populistas que recogen descontentos y los convierten en promesas que nunca pueden cumplir o en acciones irresponsables que hunden economías.

El presidente Piñera hizo lo único que podía para salir de la crisis, una que por mucho diálogo que se quisiera plantear no iba a resolver nada. Por eso tomó medidas de poca profundidad, pero sí de mucho significado. Primero hay que calmar las aguas para poder avanzar y eso fue lo que hizo. Lo importante vendrá ahora y es cómo convertir el diálogo en una conversación incluyente que al mismo tiempo sea sostenible.

De la manera en como se resuelva la situación en Chile depende mucho lo que siga ocurriendo en América Latina. En Colombia estamos advertidos: los lobos populistas encontraron en una población indignada e hiperconectada un caldo de cultivo para tomar el poder. Precaución, presidente Iván Duque, lo que le está pasando al presidente Piñera puede pasar en Colombia.

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