La encrucijada macroeconómica

Eduardo Sarmiento
12 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

La economía lleva dos años y medio en un retroceso acelerado que a diario contraría los anuncios gubernamentales. En los dos primeros meses del año entró en un estado de índices negativos en consumo, producción industrial, construcción empleo y energía.

El proceso se inició con el desplome del petróleo y se agravó por la devaluación, el alza de la tasa de interés y la reforma tributaria. El manejo se ha enfrentado dentro del modelo de inflación objetivo del Banco de la República, que supone que el tipo de cambio y la tasa de interés, guiados por el mercado, controlan la inflación y mantienen la actividad productiva y el empleo. Nada de esto ha ocurrido. La caída de la actividad económica supera con creces las previsiones oficiales y de los organismos internacionales y la inflación se mantiene por encima de la meta del Banco de la República.

El fracaso de la política ha generado un conflicto con el Gobierno que siempre está presto a culpar a los demás. Durante varios meses, el presidente Santos solicitó bajar las tasas de interés y la junta procedió a subirlas o mantenerlas con el voto opuesto del ministro de Hacienda. Ni corto ni perezoso, el Gobierno empleó las facultades constitucionales para mover la balanza en su favor. En efecto, designó dos ilustres profesionales que están más cerca de la posición del ministro de Hacienda de bajar las tasas de interés. No es sorprendente. Siempre creí que el banco central independiente no pasa de ser una ilusión cuando los miembros son designados y pueden ser removidos por el presidente de la República.

En el pasado, la relación entre la junta y el Gobierno se manejó dentro del contexto de la prioridad a la inflación y la calibración se realizaba mediante reuniones mensuales de la junta. En la actualidad, la prioridad pasó a ser la reactivación de la economía. El gran interrogante es si el simple cambio de prioridades resuelve el dilema. La falla del sistema no está tanto en el voto de los miembros sino en el modelo de inflación objetivo. Si los nuevos miembros contribuyen a bajar la tasa de interés de referencia y se mantiene la flexibilidad cambiaria, el tipo de cambio se devaluaría y, como consecuencia, presionaría la inflación y acentuaría las tendencias recesivas. Y si a esto se agrega el alza de la tasa de interés en Estados Unidos y la baja del petróleo, se configuraría una situación traumática que obligaría a reversar la medida.

Los insucesos del Banco de la República en los últimos veinte años de revaluación profunda y devaluación masiva están en la concepción monetarista que supone que cuando la tasa de interés baja la producción aumenta y cuando sube la inflación baja. El resultado sólo se presenta bajo condiciones idealizadas en los países en desarrollo, como serían la alta respuesta de las exportaciones a la tasa de cambio y el amplio acceso a los mercados financieros. En Colombia es totalmente contraproducente porque el ajuste de la balanza de pagos se realiza principalmente por la vía de las importaciones y la tercera parte de la deuda en títulos de tesorería TES está en manos de extranjeros. La organización macroeconómica no cumple el principio reconocido en las ciencias serias de que el número de instrumentos es igual o superior al número de objetivos. El logro de un objetivo está condicionado al incumplimiento del otro.

La estabilidad de la balanza de pagos, el control de la inflación y la plena capacidad y empleo no pueden lograrse con fórmulas universales fabricadas en los países desarrollados. En su lugar se requieren modelos basados en diagnósticos propios y con acciones en varios frentes, como la regulación cambiaria, las políticas industriales y agrícolas orientadas a estimular los bienes de mayor demanda mundial y la discrecionalidad fiscal con sustento monetario.

 

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