La excepción y la regla

Oscar Guardiola-Rivera
16 de mayo de 2018 - 03:00 a. m.

Ni siquiera Dios querría darle un vistazo al teatro del mundo esta semana. De Gaza al corregimiento de Puerto Valdivia, de Washington a Teherán, en momentos como el presente el paisaje entero desaparece. Ocultándose a la mirada de sus habitantes, humanos y no, les deja expuestos sin punto alguno de referencia; solos y a la deriva.

La soledad de los lugares de nuestra infancia se impone como un fondo de significado, no solo el límite de nuestros lenguajes sino también el fin previsto para todas nuestras actuaciones. Ello quiere decir que los espacios en los cuales vivimos han estado bajo ocupación desde antes de que naciéramos. En vez de ser un espacio de creación y liberación, el pasado que late en el corazón del presente y fabrica el futuro parece convertirse en una prisión; la historia entera se reduce entonces al espacio colonial, repetido una y otra vez.

Esa repetición trae consigo la imposibilidad de crearse como una comunidad, al tiempo que el estado y la ley y la economía nos sujetan al representar el convertirse en comunidad (localidad, autoridad, nación) y a sus miembros en sujetos ciudadanos como si se tratase de una necesidad. La paradoja que resulta de esa demanda imposible y necesaria, junto a la repetición del hecho colonial, la ocupación violenta y el despojo, es las mas de las veces percibida como una pesadilla que no termina.

Hay que preguntar a un palestino o a los campesinos de Puerto Valdivia lo que significa crecer a la sombra de uno o varios ejércitos de ocupación en Gaza o en Antioquia, o lo que significa saber que se está condenado a muerte de antemano como me dijo alguna vez el escritor palestino Raja Shehadeh.

Además, no menos difícil, hay que aprender a escuchar. “El paisaje es humano, pero grita como si fuese un animal acorralado”, escuché alguna vez de labios de un palabrero de la region en la cual, si hemos de creer al gobernador de Antioquia lo que ha ocurrido no es más que “un pequeño impase”. La comisión del crimen anunciado por quien grita en protesta suele estar precedida por la violencia contra el lenguaje, como lo confirma el ejemplo del gobernador. 

En otras palabras, ni siquiera los muertos estan a salvo del ejército de ocupación si permitimos su victoria. De allí el valor de protestar y votar en protesta, aquella que en medio  de la oscuridad de los paisajes de nuestra infancia, la soledad y el sufrimiento cotidiano a la sombra del imperio de los derechos de auto-defensa,  anuncia como un relámpago la posibilidad de otra historia. Si tal es el caso, nuestra tarea consiste en reformar el entendimiento de la historia humana a la luz de lo mejor y más imaginativo que hay en ella.

Estamos solos pues no hay territorio “liberado”, en exilio de los paisajes de nuestra niñez y de la utopía. Pero también hemos madurado. Nuestro voto y nuestra protesta pueden en efecto realizar otra historia. Diferente de la excepción que, como dice el filósofo, se ha convertido en la regla.

 

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