La extinción de los líderes anticuados

Pedro Viveros
26 de mayo de 2020 - 05:00 a. m.

Cuando lean esta columna, en Colombia ya habremos llegado al día 63 del aislamiento obligatorio por la pandemia del COVID-19. Antes de escribir para esta sección todos los martes, pienso y repienso la forma de hablar de otro tema y siempre termino por ceder ante algo imposible de obviar. Nos tocó vivir y sentir la real historia. Esa que según muchos no parece tener líderes políticos.

En otras épocas, ante una crisis siempre aparecía un kingmaker y resolvía de forma unipersonal los destinos de un país. En Colombia, en el siglo pasado, siempre hubo un Alberto Lleras Camargo para “apagar el fuego” político. Su serenidad y poder podían visualizar el futuro próximo y lanzaba soluciones que siempre mezclaban el ardor de la refriega partidista y la opinión pública. Por ejemplo, el Frente Nacional lo diseñó con el temible Laureano Gómez. Dicen que fue tal el rol del Muelón (como le decían al expresidente Lleras Camargo) que ayudó a lavarle la cara al Monstruo. Sin embargo, en esta época la gente tiene otro paradigma de liderazgo.

Para algunos analistas, en el país no hay dirigentes políticos para salir de esta coyuntura. Seguramente hay un importante reducto de ciudadanos que añoran un líder formal que obtiene lo que quiere, presiona a sus colegas y logra objetivos a pesar de sí mismo. Colombia es un país joven. Es decir, el 42% de los potenciales votantes está entre los 14 a 26 años. Son la generación que mejor nivel de bilingüismo tendrá, nacieron tecnómadas, globales, solidarios, animalistas, vegetarianos y emprendedores. Dudo mucho que estén atentos a lo que diga un dirigente sobre el camino a seguir. ¡Ellos lo están labrando! Sin ayuda de banderas partidistas. Con lo malo y lo bueno que eso conlleva.

Por ello creo que los nuevos colombianos oyen menos a los “grandes hombres” y más a los que les ayudan a construir su ruta existencial. Un libro de Alejando Gaviria, una conferencia vía YouTube de Mauricio Cárdenas, un whatsapp de Juan Carlos Echeverry, los debates tuiteros de Brigitte Baptiste, la acción del triunvirato Fernando Carrillo-Francisco Barbosa-Felipe Córdoba o la opinión de epidemiólogos que hasta hoy desconocíamos les permiten a los colombianos del común ver más luces para atravesar el túnel que una grandilocuente respuesta del senador Gustavo Petro contra el presidente Duque. La causa por lo que nos es común superó los carismas de caudillos colombianos en extinción.

Por eso la salida a la crisis no va a estar a la vuelta de la esquina. La realidad nos dice que hay interés en un liderazgo más colectivo que uno todopoderoso e individual. Las reformas poscoronavirus no van a ser producto de una pluma sino de varias voces que alguien va a tener que oír y, con partitura y batuta en mano, va a tener que acompasar para que ese caudal de novedosas ideas que afortunadamente tienen hoy los colombianos sean una real salida a la encrucijada entre vida, prosperidad económica y seguridad. Tamaño desafío incluso para una fusión.

La última gran reforma que unió al país fue la Asamblea Nacional Constituyente de 1991. Ese consenso se hizo con la figura de tres líderes del momento: Álvaro Gómez, Horacio Serpa y Antonio Navarro, quienes bajo el mandato de César Gaviria construyeron un acuerdo para que los colombianos navegáramos durante varias décadas. Una prueba y error constitucional que ayudó a calmar las turbulentas aguas de aquellos tiempos.

No es momento de constituyentes, pero sí de entender que los cambios de liderazgos ya se dieron. Colombia en este momento abre sus oídos a las ideas de líderes sin cargo. Les creen más a los que hablan con ellos y menos a los que tenían las famosas “conversaciones entre caballeros”. Reto a que alguien analice si las nuevas generaciones leen con atención las declaraciones nacionales de Pastrana, Gaviria o Samper. A Uribe los que lo oyen lo hacen porque hace 20 años es el “hacedor de reyes” en Colombia.

@pedroviverost

 

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